En Barcelona (como en otras muchas ciudades españolas y de otros lugares) proliferan los medios para desalojar a los mendigos y gente sin techo de los edificios y lugares públicos. Es una batalla constante, en la que hay escaramuzas en ambas direcciones. Lo que sigue es una historia que se ha desarrollado a lo largo de tres años en el Paseo de Sant Gervasi de Barcelona.
Érase una vez una institución bancaria, situada en una calle concurrida. Quiso el azar, o la inexperiencia del arquitecto que diseñó el local, que un gran ventanal de la fachada tuviera una zona hundida, lo que dejaba un zócalo ancho y de pocos centímetros de altura, adecuadamente protegido por un tejadillo del mismo marco. Como suele ocurrir en esos casos, este entrante permitía a las personas necesitadas encontrar un refugio donde dormir, pedir limosna, o ambas cosas al tiempo. (perdón por la calidad de algunas de estas fotos, pero fueron sacadas al paso, con mala luz, y sin saber que un día contarían una historia).
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El zócalo fue pronto ocupado por un mendigo, que lo hizo suyo y en el que se instalaba día tras día. Normalmente estaba durmiendo, cubierto con alguna ropa, con el vasito para monedas al lado, aunque a veces se sentaba en el pequeño escalón y pedía a los transeúntes. Pero en un momento dado complementó la mendicidad con la venta de libros, que exponía a su lado.
No es infrecuente ver a gente pobre vendiendo libros por las calles de la ciudad. A veces parecen simples recolecciones azarosas, procedentes quizás de la basura, pero otras veces da la impresión, mucho más triste, de que estas personas están poco a poco poniendo a la venta sus propios libros. Y éste era el caso del ocupante del ventanal bancario…
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(Por cierto: la coexistencia de los locales de los bancos, con sus alegres mensajes y su representación de familias felices, y las personas sin techo que suelen utilizarlos para vivir da lugar a imágenes escalofriantes, de las que volveremos a hablar…).
Se ha dado en llamar “arquitectura hostil” a la que intenta impedir el uso y la ocupación de espacios por parte de los menos favorecidos. De ella forman parte los bancos con divisiones metálicas que impiden tumbarse sobre ellos, los asientos públicos individuales y separados, o los pinchos en zonas que invitan a sentarse. Pronto alcanzaría al local de Sant Gervasi: un día aparecieron en el zócalo unos arcos de metal, dispuestos con ciertas pretensiones de ornamentación, pero que en la práctica impedían que nadie se tumbara en la zona:
![20180202_141721dp](http://jamillan.com/bcnkaputt/files/2018/02/20180202_141721dp-300x225.jpg)
El usuario del zócalo ya no pudo dormir en él, pero al menos se las ingenió para poder seguir sentándose, gracias a un dispositivo de cartones que le protegían de los arcos de metal:
![IMG_6508 d mmp](http://jamillan.com/bcnkaputt/files/2018/02/IMG_6508-d-mmp-300x283.jpg)
Y en cuanto a su actividad comercial, tampoco sufrió, sino que más bien se vio beneficiada por la reutilización de los elementos hostiles como soporte para los libros (véase detalle, un tanto borroso):
![IMG_6508dddppp](http://jamillan.com/bcnkaputt/files/2018/02/IMG_6508dddppp.jpg)
Con lo que la “librería” callejera quedó mucho mejor dispuesta de lo que estaba antes de la intervención hostil.
![IMG_6508dp](http://jamillan.com/bcnkaputt/files/2018/02/IMG_6508dp-225x300.jpg)
Durante muchos días, el ingenioso ocupante continuó instalando su puesto con la ayuda involuntaria de los arcos metálicos. Hasta que, una mañana, no volvió más.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado…