El Raval, prostituido

08 septiembre 2009 16:16

El país publica hoy un artículo de Javier Calvo: “El Raval, un barrio prostituido“. Selecciono los últimos párrafos, pero merece la pena leerse entero:

Resulta gracioso, o lo resultaría si las consecuencias no fueran trágicas, que una clase política que tanto se ha llenado la boca con el paradigma de la sostenibilidad haya urdido un modelo que se ha derrumbado al cabo de una década. No hay ninguna ingenuidad en decidir que un barrio deje de servir los intereses de la gente que vive en él, desmantelar su tejido comercial y vendérselo a la industria turística. A esa situación no se llega por accidente. Lo ingenuo es creer que esa ruptura de un ecosistema ya precario no iba a generar el “efecto llamada” de una nueva clase criminal.

Una nueva clase criminal en toda regla, literalmente fuera de la ley, es decir, intocable por ella. Traficantes a los que no se puede encerrar por ser demasiado jóvenes, prostitutas a las que no se puede deportar por no tener papeles, etcétera. Para los vecinos del Raval es obvio que turistas y criminales son dos lados de la misma moneda, Escila y Caribdis, un sistema de huésped y parásito, condenados a tener sexo furtivo entre ellos, comprarse droga y robarse. Mi hija se acostumbró ya desde bebé a dormir oyendo los cánticos borrachos de los turistas ingleses y después sus chillidos cuando las bandas de argelinos los asaltaban al cerrar los pubs. Todo esto es obvio para cualquiera que camine por las calles del Raval, hay que estar ciego para no verlo, o bien fingir que lo estás.

El verdadero valor de las famosas fotos de los arcos de la Boquería, más allá de como documentos de la degradación, es como metáfora: el barrio entero es un burdel y el Ayuntamiento nuestro proxeneta.

Previsiones de futuro: el equipo municipal encabezado por Jordi Hereu y la concejal de distrito Itziar González ya han dejado clara su convicción de que el barrio puede asumir más turismo, y que el Raval debe ser la nueva puerta de entrada para los miles de turistas que llegan a la ciudad en cruceros. Las nuevas intervenciones urbanísticas deben “derribar barreras” para convencer a los turistas de acceder al Raval por la zona de Santa Mónica. Ya se imaginan ustedes la clase de barreras que hay en Santa Mónica: casas de vecinos, que pueden apostar a que se irán abajo para no estorbar a las hordas de turistas.

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