Ruido

27 noviembre 2009 12:12

Recibo (gracias, Ignasi) este cartel desde Lisboa, escrito en la lengua del Imperio: “Turistas, respetad el silencio portugués o idos a España”. Me ha hecho reflexionar sobre algo que debe de ser bien sabido: la permisividad que hay para los turistas: en España con frecuencia se les permiten comportamientos impensables en cualquier otro lugar. Y en Barcelona, lamento decirlo, en sitios como Ciutat Vella o la Barceloneta, más…

La vergüenza del Hotel Vela

04 octubre 2009 18:18

 

Ya se ha inaugurado esta fea mole en primera línea de costa, y en situación de dudosa legalidad. Pero no hablaré yo solo:

Patricia Gabancho
Iconos de vergüenza

Desde la generosa terraza del Museo de Historia de Cataluña, un amigo señaló el promontorio de Montjuïc y me dijo: “Porcioles no se habría atrevido y al final se atrevieron los nuestros”. Se refería al hotel Miramar, pintado de verde para hacer más clara su vergüenza. El alcalde huyó de inaugurarlo, aunque el Ayuntamiento tiene participación en el negocio, el 10% o así. No sé qué piensa mi amigo del hotel Vela, que sombrea la playa más popular de Barcelona. En todo caso, el Ayuntamiento lo considera un icono de la ciudad, justo ahora que el urbanismo icónico está desprestigiado en todas partes por las fracturas que produce en el espacio urbano, por la soledad de esos monstruos de postal, porque los buenos arquitectos prefieren hacer ciudad en lugar de hacer edificios con firma y estrambote.

Barcelona tiene cuentas siempre pendientes con el turismo, pero no tanto porque le molesten -que también- esos rebaños de gentes que van detrás de un guía con un paraguas a guisa de estandarte. No, Barcelona tiene la intuición de que con la excusa del turismo se cuelan demasiadas cosas, por ejemplo, una sutil prolongación del negocio inmobiliario a través de la construcción de hoteles, en cualquier parte. Si es un hotel, todo vale. El de Ricardo Bofill se tramitó como “equipamiento” del puerto para burlar la Ley de Costas. ¿Para que descansen los estibadores? Es una aberración, pero también lo es el que le crece al Palau de la Música o el cilindro de lujo en El Raval. Barcelona usa la cobertura del “turismo cultural”, pero lo que pretende es explotar turistas ricos como si la ciudad fuera la ribera de Cancún.

Nadie renuncia hoy a la industria del turismo. Pero en Barcelona el turismo no es la lluvia fina que beneficia al pequeño comerciante, sino un instrumento de gentrificación. La palabra describe la expulsión de los vecinos de toda la vida barridos por nuevos vecinos ricos después de una intervención urbanística. Si es Nueva York, el detonante es privado. Si es la Ribera, el Born, la Barceloneta y hasta El Raval con su prepotente hotel de lujo, el brazo ejecutor es municipal y “progresista”. ¿Estamos hablando de la ciudad que fue modelo de urbanismo sensible y a la menuda?

Agustí Fancelli
Hotel Vela

La inauguración, el jueves, del hotel Vela en el rompeolas de la ciudad ha provocado una protesta ciudadana modesta en número (entre 200 y 300 personas asediaron el edificio, el domingo pasado), pero atinada en sus contenidos. Anuncia esta plataforma la próxima presentación de una demanda contenciosa administrativa contra el Puerto Autónomo, que forzó la Ley de Costas hasta autorizar semejante bodrio, ratificado después por la Generalitat presidida por Jordi Pujol. El Ayuntamiento consiguió rebajar la altura del mamotreto a 100 metros, de los 178 inicialmente planificados… eso sí, con resultados estéticos discutibles, pues lo que antes era una estilizada vela marina se ha convertido en una panza cervecera sin gloria. Es, desde luego, inasumible que la misma Ley de Costas que se llevó por delante los viejos chiringuitos para crear nuevos espacios públicos, por cierto de gran éxito, pueda amparar ahora esta escandalosa privatización de un territorio que en el imaginario ciudadano figura como uno de los más libres.

En general, el paisaje, tanto el urbano como el rural, merece muy poca atención en este país. El hotel se sitúa justo en el eje Rambla-Colón-Portal de la Pau, de manera que el almirante ya no señala al mar, sino a un cinco estrellas a 300 euros la habitación base. La imagen estremece. También la sede de Gas Natural irrumpe en el eje paseo de Sant Joan-Arc de Triomf-Ciutadella, sin que ello haya suscitado el más mínimo debate. ¡El lío que se montó en París con la Défense en la línea Louvre-Campos Elíseos-Arco de Triunfo!

En fin, ya que los referendos se han puesto de moda, ésta sí parecía una cuestión que dirimir en una consulta, bastante más que la borrosa independencia. Pero ahora ya no queda sino unirnos al seráfico lema “enderroc, ja!”, lanzado por los manifestantes, sabiendo que es otro de los muchos brindis al sol en que se nos va yendo la vida. Aunque, consigna por consigna, tal vez sea preferible la de “veïns, una espècie en perill d’extinció”, que exhibía una pancarta. A veces, la descripción escueta resulta más demoledora que la reivindicación.

Esta web resume la resistencia frente al hotel.


Ver La destrucción de Barcelona en un mapa más grande

El Raval, prostituido

08 septiembre 2009 16:16

El país publica hoy un artículo de Javier Calvo: “El Raval, un barrio prostituido“. Selecciono los últimos párrafos, pero merece la pena leerse entero:

Resulta gracioso, o lo resultaría si las consecuencias no fueran trágicas, que una clase política que tanto se ha llenado la boca con el paradigma de la sostenibilidad haya urdido un modelo que se ha derrumbado al cabo de una década. No hay ninguna ingenuidad en decidir que un barrio deje de servir los intereses de la gente que vive en él, desmantelar su tejido comercial y vendérselo a la industria turística. A esa situación no se llega por accidente. Lo ingenuo es creer que esa ruptura de un ecosistema ya precario no iba a generar el “efecto llamada” de una nueva clase criminal.

Una nueva clase criminal en toda regla, literalmente fuera de la ley, es decir, intocable por ella. Traficantes a los que no se puede encerrar por ser demasiado jóvenes, prostitutas a las que no se puede deportar por no tener papeles, etcétera. Para los vecinos del Raval es obvio que turistas y criminales son dos lados de la misma moneda, Escila y Caribdis, un sistema de huésped y parásito, condenados a tener sexo furtivo entre ellos, comprarse droga y robarse. Mi hija se acostumbró ya desde bebé a dormir oyendo los cánticos borrachos de los turistas ingleses y después sus chillidos cuando las bandas de argelinos los asaltaban al cerrar los pubs. Todo esto es obvio para cualquiera que camine por las calles del Raval, hay que estar ciego para no verlo, o bien fingir que lo estás.

El verdadero valor de las famosas fotos de los arcos de la Boquería, más allá de como documentos de la degradación, es como metáfora: el barrio entero es un burdel y el Ayuntamiento nuestro proxeneta.

Previsiones de futuro: el equipo municipal encabezado por Jordi Hereu y la concejal de distrito Itziar González ya han dejado clara su convicción de que el barrio puede asumir más turismo, y que el Raval debe ser la nueva puerta de entrada para los miles de turistas que llegan a la ciudad en cruceros. Las nuevas intervenciones urbanísticas deben “derribar barreras” para convencer a los turistas de acceder al Raval por la zona de Santa Mónica. Ya se imaginan ustedes la clase de barreras que hay en Santa Mónica: casas de vecinos, que pueden apostar a que se irán abajo para no estorbar a las hordas de turistas.

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