Más cosas de las que nunca podríamos haber sabido

05 noviembre 2007 09:37


Grafton, en una caricatura de la NYRB.

¿Le gustaría una historia de la lectura desde las tablillas sumerias hasta Google Libros (y más allá)? Si alguien puede proporcionarla es sin duda el historiador Anthony Grafton, que publica La lectura futura en New Yorker, bajo el subtítulo de "La digitalización y sus descontentos".

Este es el panorama general:
Una estimación conservadora del número de libros publicados [en todo el mundo] es treinta y dos millones; Google cree que podrían ser tantos como cien millones. Se estima que entre el cinco y el diez por ciento de los libros conocidos están actualmente en impresión, y el veinte por ciento —los producidos entre el comienzo de la imprenta, en el siglo XV, y 1923— están fuera del copyright. El resto, quizás el setenta y cinco por ciento de todos los libros jamás impresos, son “huérfanos”: posiblemente cubiertos por las protecciones del copyright, pero agotados y en gran medida olvidados. Google, lo que desata controversias, está escaneando estos libros, aunque todavía no los hace plenamente disponibles; Microsoft, más cautamente, escanea sólo los que sabe que puede diseminar legítimamente.
Pero:
Muchos libros importantes permanecerán intactos: Google, por ejemplo, no tiene planes inmediatos de escanear libros de los dos primeros siglos de la imprenta. Los libros raros requieren condiciones especiales de copia, y la mayoría de los que es probable que generen mucho uso ya los han puesto en la Web compañías como Chadwyck-Healey y Gale, que venden sus colecciones a bibliotecas y universidades por una tarifa sustancial.
Otro problema es el desequilibrio entre las distintas partes del mundo:
Sesenta millones de ingleses tienen ciento dieciséis millones de libros a su disposición en bibliotecas públicas, mientras que más de mil cien millones de indios tienen sólo treinta y seis millones. [...] La Internet hará mucho en contra de ese desequilibrio, aportando libros occidentales a lectores no-occidentales. Qué hará por los libros no occidentales está menos claro.
En este panorama de múltiples proyectos de digitalización (Grafton menciona a Microsoft, Amazon, Proyecto Gutenberg, etc., más los especializados) el auténtico desafío
ahora es cómo cartografiar las placas tectónicas de información que están chocando unas contra otras y luego aprender a navegar por los nuevos paisajes que están creando. A lo largo del tiempo, a medida que más material emerge de la protección del copyright, podremos aprender cosas acerca de nuestra cultura que nunca podríamos haber sabido antes.
Como ya se ha destacado en repetidas ocasiones, la consulta de los materiales originales es insustituible: Grafton cuenta de un investigador que a través del olor a vinagre de unas cartas del XVIII pudo reconstruir la extensión de una epidemia de cólera (el vinagre se usaba como antiséptico). Y, sobre todo:
estas ricas corrientes de datos iluminarán, más que eliminarán, libros e impresos y manuscritos, que sólo la biblioteca puede poner ante uno.
(Gracias, Stephen)

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