El Candidato Melancólico en Argentina

14 octubre 2009 16:16

Mi libro El candidato melancólico se ha puesto esta semana a la venta en Argentina, comercializado por las Ediciones del Nuevo Extremo.

La obra, que da nombre a este blog, es un bonito libro (qué voy a decir yo…) sobre etimología, es decir, el origen de las palabras. ¡Incluso figura en él la etimología de etimología!

Venciendo mi natural modestia, voy a obrar “a la norteamericana”, extractando algunas de las críticas aparecidas sobre él:

Este libro constituye un magnífico ejemplo de la necesaria y meritoria tarea consistente en divulgar los conocimientos sobre el lenguaje y hacerlos más accesibles a un público medio que, pertrechado de una buena base de cultura general, carezca no obstante de formación técnica especializada en lingüística (Carlos Folgar, Revista de Filología).

El lector atento topará a cada página con este tipo de asociaciones chocantes muy próximas a la poesía. Millán sobresale a la hora de construir un discurso cohesionado a partir de la información genética que llevan inscritas las palabras en el ADN. Su trabajo profundiza en los genes de la lengua castellana. Los tesoros ocultos de las palabras aparecen por la vía etimológica en lugares insospechados. Así, descubrimos que en un rebuzno se oculta el antepasado latín de la bocina (buccina: trompeta). O que la relación entre hígados e higos proviene del hecho que en latín iércur ficatum era el hígado del animal alimentado con higos. La sociedad europea es cada vez más multilingüe. Por eso Millán enfatiza la relación de las palabras castellanas con otras catalanas, gallegas, vascas, francesas, italianas, inglesas o indias. Interesante es también el recorrido por las procelosas aguas de la corrección que Millán efectúa en el capítulo “Mejor no lo digo” (Màrius Serra).

El volumen, en suma, constituye un repaso original y divertido a la historia de 700 palabras del español (Alberto Rivas, Punto y coma).

No es un libro sobre política lánguida, como el título podría hacer pensar, sino sobre el origen de las palabras, sus viajes, sus transformaciones, sus cambios de sentido. Geniales los capítulos dedicados a los eufemismos, a los avatares de la palabra albóndiga, a los diminutivos. Apasionante también la aventura de nombrar el retrete a través de los siglos (cagatorio, letrina, necesaria, común, excusado, tocador, water, sanitario, cuartito, inodoro, lavabo, aseo, servicios…), signo de la vitalidad de una lengua a la que se le quedan enseguida viejas las palabras (Pedro de Miguel).

Un libro ameno y asequible, sin renunciar al rigor lingüístico, a cuyo término el lector “se sabrá un eslabón vivo de esa cadena de siglos que en cada momento hace que nos entendamos y que a cada momento pone los cimientos del cambio…” (Miguel A. Román, Libro de notas).

La historia de cientos de palabras en un libro ameno de un gran divulgador (Magí Camps, La Vanguardia).

Sólo cabe añadir que aquí se puede leer la introducción y el primer capítulo. Y que el lector que quiera medir sus conocimientos etimológicos tiene ahí algunas pruebas, que fueron concursos en su día.

La castradora de vocablos

05 octubre 2009 12:12

No me he podido contener: iba en el autobús aquí en Barcelona, y justo detrás de mí había una chica hablando por el teléfono móvil.

En cuestión de segundos me enteré de que salía de la uni, iba a la biblio y que luego quedarían en el hospi.

Este uso persistente del apócope está en España muy extendido entre los niños (la profe) y, por lo que veo, también entre estudiantes pijos (lo que en varios países de América se llaman pitucos).

Mi informante involuntaria era claramente de clase alta, como comprobé por su indumentaria al bajarme del autobús, y ya había deducido de su acento peculiar, que no sabría muy bien cómo definir.

Era estudiante de medicina. Supongo que de mayor será cirujana…

La imagen del hacha, en el dominio público, proviene de Wikimedia Commons.

El nombre de la ciudad de Mallorca

04 octubre 2009 17:17

Preciosa excursión histórica por el nombre de la principal ciudad de la isla de Mallorca en Studiolum. No la revelaré, para que el lector disfrute con ella, pero adelanto la conclusión final:

Son muy pocas las ciudades del planeta que se atreven a llamarse limpiamente así [Ciudad], marcando el orgullo de ser «la» ciudad, como si dijéramos el centro del mundo. Poquísimas: Roma era la Urbs, Constantinopla —Constantinopolis— la Polis (de hecho, Estambul viene del griego local is tan polin = en la ciudad), y Medina, la ciudad para los contemporáneos de Mahoma…

Hay otros ejemplos de toponimia autoexplicativa (que podríamos llamar “de grado cero”): me ha venido a las mientes el “puente de Alcántara”, pero el lector quizás pueda descubrir más.