Tengo, tengo, tengo

27 abril 2017 15:15

Mucho tiempo sin escribir en este blog. La verdad es que gran parte de mis observaciones lingüísticas las he ido publicando en Twitter (https://twitter.com/librosybitios), y además he estado muy ocupado con un nuevo libro, que hoy mismo ha visto la luz.

Se trata de Tengo, tengo, tengo. Los ritmos de la lengua, que responde a un proyecto que hace muchos años tenía esbozado, pero que hasta ahora (y por cierto gracias a la invitación de Francisco Martínez, de la editorial Ariel), no había tenido oportunidad de emprender.

En resumen, es un libro que trata sobre los aspectos rítmicos del español que no están incluidos en lo que se conoce normalmente como “poesía”. Por citar su contraportada:

¿Por qué riman los refranes? ¿Por qué los manifestantes corean consignas que se adaptan a la marcha? ¿Por qué todas las nanas del mundo se parecen? ¿Por qué los niños juegan con palabras sin sentido? ¿Por qué los conjuros tienen resonancias misteriosas?

Siempre que los seres humanos juegan, aconsejan, curan, narran, trabajan juntos, conjuran la suerte, venden, memorizan, hacen rabiar o se emocionan, lo hacen con ayuda de repeticiones, acentos pautados, rimas… El ritmo tiene un papel fundamental en las cosas que decimos y repetimos.

Para explorar por qué y cómo nos entregamos de esta forma al ritmo verbal, el autor acude a psicólogos, lingüistas, antropólogos, folkloristas, neurólogos, científicos cognitivos, filólogos, filósofos, poetas o incluso músicos de rap. Con multitud de ejemplos del español de España y América, sin olvidar lo que ocurre en otras lenguas, Tengo, tengo, tengo explora canciones de dar palmas o de corro, conjuros, retahílas de sorteo, canciones de trabajo, refranes, rimas burlonas, trabalenguas, nanas, poesía de vanguardia, creaciones con palabras africanas o inventadas, versos mnemotécnicos, eslóganes publicitarios, subastas o retransmisiones deportivas, en un esfuerzo vasto e inédito por trazar el mapa de los ritmos lingüísticos, en el pasado y en la actualidad.

Tengo, tengo, tengo es una obra accesible a cualquier lector, y para su consulta cuenta también con un completo “Índice de materias y nombres propios”.

Como he hecho en alguno de mis libros anteriores, Tengo, tengo, tengo tiene varios niveles de lectura. En su edición en papel (o en ebook) es una obra ensayística, sin notas ni bibliografía, pero en esta misma web hay un extenso aparato de Notas, que remiten por un lado a una Bibliografía con dos centenares de entradas, la mayor parte correspondientes a obras presentes en Internet, y por tanto directamente consultables por el lector. Por otro lado, las notas van enlazando a audios y videos recopilados en una Lista de medios. Este aspecto, que permite al lector captar, más allá de las limitaciones del texto escrito, los ritmos vivos del habla, hace uso de una de las características más destacadas de la Web: su naturaleza de repositorio vivo del saber humano.

Por lo tanto, Tengo, tengo, tengo. Los ritmos de la lengua es un libro desplegado en tres dimensiones: la narrativa, la erudita y la sonora.

Bueno, que ustedes lo disfruten… Cualquier observación sobre la obra pueden dejarla en forma de comentario a este post.

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Buena ergonomía de la megafonía en el Metro de París

20 febrero 2013 18:18

Viajando en la línea 4 del metro parisino, me ha impresionado gratamente la forma que tienen de anunciar dentro de los vagones el nombre de la siguiente estación. Oigamos cómo avisan de la llegada a Château d’Eau:

Sólo lo esencial. Lo primero de todo, está muy bien que lo único que se emita por los altavoces (salvo la advertencia en las estaciones en las que hay distancia entre el coche y el andén) sea precisamente eso: qué estación viene a continuación. La acumulación de mensajes provoca ruido, en su doble acepción de teoría de la información y de polución sonora, y eso es lo que hay cuando además de mencionar el nombre de la estación, se previene de carteristas, se dan informaciones sobre el servicio, etc.

Sin llamadas de atención. Un uso muy frecuente es meter una o varias notas musicales antes de cada aviso. Esto es también ruido, y además suele ser innecesario: sobresalta a quien no espera una información (porque no la necesita), y no añade nada al que la aguarda.

Sin contexto explícito. Otro uso muy frecuente en la megafonía de los metros es formular así el aviso: “Próxima estación, Fulanita”. ¿Para qué? ¿Qué va a ser el primer nombre que digan sino el de una estación?

Con redundancia. El nombre se repite dos veces, por si la primera vez se ha entendido imperfectamente, o si el viajero estaba descuidado. Y además:

Con un uso magistral de la entonación. La primera vez se enuncia con entonación ascendente, y la segunda descendente. La segunda vez coincide con la entrada del tren en la estación. Oigamos otro caso, el de la estación de Réaumur-Sébastopol:

El francés, como el español, utiliza la entonación ascendente para marcar el penúltimo miembro de una enumeración, y la descendente para cerrarlo:

Este esquema sería, según la Fonética de Tomás Navarro Tomás, la pauta de entonación de una frase como:

Trajo peras, manzanas, melocotones y ciruelas.

La repetición del nombre de la estación reproduce la entonación del penúltimo y último elemento (señalados con la llave roja). Por eso lo que dice la doble enunciación es algo así como: “Todavía no Château d’Eau… ¡Ahora ya Château d’Eau!”.

Doy fe de que funciona maravillosamente. Lo aprecié como usuario varias veces antes de ponerme a reflexionar por qué estaba tan bien, y luego contárselo a ustedes…

imagen cc-by-sa Version 2.0

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La dama y el anacoluto

07 septiembre 2010 20:20

Me produce un placer especial leer la transcripción de comunicaciones orales. Cuanto más fieles son a lo que se emitió, más extrañas resultan como puro texto escrito (en cuya categoría no obstante intentan encuadrarse, gracias a la utilización de elementos como los puntos suspensivos). Veamos:

Eh…, vamos a ver, yo ingresos en el año 2002, 2003, no me acuerdo si tenía algún ingreso porque todos los temas económicos relacionados con nuestro patrimonio, con nuestro…, vamos, nuestro…, todos los temas económicos los lleva mi marido y…, no sé si en el año 2002, 2003 yo tenía alguna fuente de ingresos, eh…, no, no lo sé.

¡Que nadie se ría! Cualquiera de nosotros, en cualquier ocasión (sobre todo si está ante un juez, como el caso de la señora Rosalía), hablará de esa forma entrecortada, dejará frases sin acabar, o las terminará cambiando de idea a medias. Las oraciones coherentes, bien concordadas y perfectamente construidas son cosa del lenguaje escrito, pero lo que es en la vida diaria de viva voz…

No, vamos a ver, no…, yo tenía un taller de restauración y tengo un taller de restauración, pero bueno, es un tema…, somos varias socias, y bueno, pues funcionamos un poco a nivel de amistad, a nivel particular y no…, no como grandes empresarias, ni nada por el estilo, con lo cual no sé si tenía algún ingreso, estaba en función del trabajo que podía realizar en ese momento, mayor o menor, en función del número de muebles que podía restaurar.

Estos fenómenos se agrupan casi todos bajo la denominación de anacoluto, que a nuestra vez podríamos intentar definir:

Anacoluto es cuando, bueno, si empiezas a hablar y dejas colgando…., o si a la mitad de la frase, o sea, se me ha ocurrido otra cosa, pues, entonces, claro no vas a…, y total, todos te entienden…

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El desgaste de la lengua

24 abril 2010 13:13

Este puesto de frutas en el barcelonés mercado de la Boquería me hizo reflexionar. De creer a su dueña, todo es estupendo: el níspero, “buenísimo”; la mandarina, “buenísima”; una variedad de patata cuyo nombre no acierto a descifrar, “buenísima” también, y la “navel late” (así mismito pronuncian su nombre las vendedoras, del inglés late [leit], ‘tardía’), pues “dulcísima”.

El comercio es un terreno abonado para la alabanza (cierta o no): ya en el siglo XIV Pedro López de Ayala en el Libro de Palacio lo dice, en “Aquí comienza de los mercaderes” (verso 1189):

Pues ¿qué de los mercadores aquí podría dezir,
si tienen tal oficio para poder fallir,
jurar e perjurar e todo siempre mentir?
Olvidan a Dios e alma: nunca cuidan morir.

En sus mercadurías ha mucha confusión,
ha mentira e ha engaño e ha mala confesión;
[…]
Diz: «Tengo escarlatas de Brujas e Mellinas;
veinte años ha que non fueron en esta tierra tan finas».

Bueno: sin llegar a estos extremos, no cabe duda de la exageración superlativa del ejemplo que descubrí en el mercado…

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El oxímoron

02 febrero 2007 8:08

En el blog de aquí al lado se ha planteado un debate sobre el oxímoron. Se trata de la figura retórica que une en un solo sintagma dos palabras de significado opuesto (lo que a veces se llama una “contradicción en términos”). La figura opuesta sería el pleonasmo. El excelente Manual de retórica y recursos estilísticos en red recoge interesantes ejemplos de nuestra poesía del Siglo de Oro.

Que tiernamente hieres (San Juan de la Cruz)

Lo fugitivo permanece y dura. (F. de Quevedo)

Y mientras con gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora… (Luis de Góngora)

Y del Rey del Oxímoron, Borges:

Jorge Luis Borges escribía cuentos en los que la estructura misma y el estilo era un puro oxímoron, traspuesto incluso en los títulos: Historia de la eternidad, El milagro secreto, El impostor inverosímil Tom Castro, El Incivil Maestro de Ceremonias Kotsuké no Suké, El Asesino Desinteresado Bill Harrigan, El Atroz Redentor Lazarus Morell…

El término viene de las palabras griegas οξύς, ‘agudo, punzante’, y μωρός, ‘fofo, tonto’ (es decir, la palabra en sí misma es ya un oxímoron), pero, al igual que tantos otros helenismos, no proviene del griego clásico: es una creación del siglo XVIII.

Como ocurre con muchos helenismos del castellano, y con términos esdrújulos, hay problemas en su plural. ¿Oxímoros, oxímorons, oximorones, invariable (“los oxímoron“), el plural griego oxímora, …? El Diccionario Panhispánico de Dudas decreta: invariable. Pero añade, conciliador: “También se documenta, y es válido, el plural oxímoros“. El inglés utiliza con frecuencia la forma plural griega: escriben oxymora, o incluso oximora, y su influencia se empieza a sentir entre nosotros (igual que ha ocurrido con el plural de corpus, de datos: corpora). Pero más normal en castellano es reducir el grupo consonántico final a oxímoros, en vez del aberrante “los oxímoron“.

Para terminar, se me ocurren algunos metaoxímoros: “oxímoron coherente” u “oxímoron pleonásmico”.

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