En un blog peruano,
Kolumna Okupa encuentro una reividicación de la fotocopia:
Si de alguna manera en la Universidad de San Marcos se remonta el vacío de las bibliotecas, la desactualización de las mismas, el maltrato al alumno que quiere investigar y la escasez de recursos bibliográficos, ha sido a través de las múltiples fotocopias que alumnos, profesores y demás miembros de la comunidad académica, intercambian. Incluso, como es sabido, los intercambios se producen de forma anónima, ampliando nuestra pequeña red de amigos profesores o investigadores. En la medida que un profesor que ha tenido la fortuna de acceder a un libro difícil de conseguir, o que circula poco en el Perú o, en todo caso, que abre nuevas puertas al conocimiento, y lo deja en una de las fotocopiadoras de Letras en San Marcos para ser fotocopiado por sus alumnso, pero a su vez, para que permanezca un ejemplar en esa fotocopiadora, empieza a partir de ese momento la circulación de ese libro, inclusive entre profesores que no conoce. Esto me ha pasado en concreto con el libro “Diseños globales, saberes locales” de Walter Mignolo: un texto que busqué en Lima, Bogotá, México y Buenos Aires, e incluso mandé a pedir a la Casa del Libro de Madrid pero estaba agotado. Y lo encontré en la fotocopiadora de Mary, pasillo de Letras, campus de la Universidad de San Marcos.
No hace falta situarse en una biblioteca mal abastecida. El problema de los libros descatalogados es general y candente: nadie podrá nunca leerlos... a menos que, como recuerda
Kolumna Okupa, entren en un circuito paralelo: el de las fotocopias. Como investigador sólo puedo bendecir a los innumerables colegas que me han facilitado ejemplares de libros para fotocopiar.
Como es bien sabido en España (y otros países), las fotocopias están gravadas por un canon que recauda una
entidad de gestión. Puede y debe discutirse si esta es la mejor manera de compensar a los autores de libros vivos, adquiribles en librerías, que puedan sufrir merma de sus ventas por las fotocopias, pero dejémoslo de lado de momento.
En el caso de libros agotados, antiguos (un libro académico de 1970 lo es) e inencontrables, puede discutirse también la pertinencia del canon, pero incluso aceptándolo, la presión sobre los establecimientos de fotocopia está dando lugar a situaciones perversas. Hace pocos días bajaba a la fotocopiadora de mi barrio barcelonés con un libro académico inglés, de la década de 1970, de una editorial desaparecida. Bien: no quisieron fotocopiármelo, porque "luego nos ponen 3.000 euros de multa". Enhorabuena a las sociedades de gestión que han conseguido asustar de tal modo a los establecimientos, pero ¿les han dado normas de actuación claras para que resuelvan casos de estos? Me gustaría verlas.
Me parece normal que si alguien va con un libro de Arturo Pérez Reverte no se lo fotocopien, pero ¿tienen que hacer lo mismo en circunstancias como la que señalo?
Bien podría ser que el sistema que se está generando represente al final una barrera contra muchos usos legítimos de la reproducción, y en ese caso no debe extrañar a nadie que las necesidades de los usuarios les lancen hacia otros procedimientos de compartir aquello que no se puede comprar.
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