Palabras viejas para cosas nuevas, conferencia en Blanes

26 abril 2015 11:11

Para celebrar el 40º aniversario del INS Serralarga de Blanes, me han invitado a dar una conferencia de tema lingüístico. Tendrá lugar en la Biblioteca Comarcal, Sala Roberto Bolaño, a las 12:45 del lunes 27 de abril.

Hablaré sobre “Palabras viejas para cosas nuevas”.

Cuando llega una invención, una novedad en cualquier terreno (técnico, científico, social…), ¿cómo se le da nombre? Por lo general, se recurre a una palabra preexistente, cuyo significado se modifica o se especializa, y no es extraño que este hecho provoque el corrimiento en toda una zona del léxico.

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Frailecillos, capuchinos y otros monjes húmedos

14 septiembre 2013 15:15

Hace poco, una tormenta estival con gruesos goterones que golpeaban contra los charcos me trajo súbitamente a la memoria una palabra que hacía más de medio siglo que no pronunciaba ni escuchaba a nadie: frailecillo.

Así se llamaban (al menos en Valdepeñas, Ciudad Real, donde vivía por aquel entonces) las burbujas que se formaban sobre el agua caída cuando había una lluvia fuerte. Me recuerdo, de pequeño, en las mañanas de lluvia en el patio del colegio de las Salesianas, viendo correr a los frailecillos por el regato hacia el desagüe. Uno podía apostar a ver cuál duraba más tiempo, o llegaba más lejos, o hacerlos competir con un barquito de papel. ¡Inocentes pasatiempos de los niños de la era pre-PlayStation!

El origen era claro, incluso para un niño de aquella época: el término remitía a la capucha del fraile.

Con una excepción, la palabra no figura en ningún diccionario que tenga mi alcance (ni el Tesoro, ni Autoridades, ni el Terreros, ni el de la Academia, ni el María Moliner, ni el Salamanca, ni el DEA, ni en el Clave). En esa acepción tampoco la encontramos en los corpus de la Academia, CREA y CORDE.

Sin embargo, la Enciclopedia del idioma de Martín Alonso dice s.v. frailecico:

AND[alucía]. Pompa que hace en el suelo la lluvia.

Además, en algún otro diccionario estará, porque leemos esta acepción de frailecillo en la web Lista de palabras y en el Wikcionario (que no citan sus fuentes):

Burbujitas que ocasiona la lluvia al caer en los charcos de agua

El fenómeno es bien conocido, como cuenta Yahoo Answers:

Cuando llueve, a veces la lluvia hace burbujas al caer sobre un charco y otras veces no las hace. ¿Por qué? ¿De qué depende?

La lluvia es un producto de la condensación del vapor de agua que se encuentra en la atmósfera. Cuando las gotas son lo suficientemente grandes, ya no pueden sostenerse en el aire y caen por su propio peso, atraídas por la fuerza de la gravedad de la tierra. En su recorrido por el aire disuelven las partículas gaseosas que van encontrando a su paso (es decir, partículas de los gases que configuran la atmosfera terrestre, como son el argón, nitrógeno, oxígeno, neón, etc.). Estas partículas quedan incorporadas a las gotas de agua y al llegar éstas al suelo o a un charco de agua (que están por supuesto a una temperataura bastante mayor), aquéllas se calientan y desprenden los gases que habían disuelto.

Ello da lugar, por lo que al agua respecta, a esas burbujas tan curiosas que las gentes del campo observan tan a menudo. Cuanto mayor es la diferencia de temperatura entre las gotas y el agua de los charcos o de las lagunas, más burbujas se producen.

Esas burbujas (dice DivulgaMeteo) anuncian continuidad de la lluvia:

Existe la creencia popular –avalada por la experiencia– de que mientras haya gorgoritos no escampará, y sólo empezará a hacerlo cuando éstos desaparezcan.

En este recorrido se nos han ido apareciendo otros término, si bien genéricos: pompa, ‘Ampolla que forma el agua por el aire que se le introduce; o gorgorito, burbuja pequeña, marcado por la Academia como propio de Salamanca. Podemos rastrear otros términos afines, a través del útil diccionario inverso Dirae (buscando definiciones que contengan “lluvia”). Por ejemplo borbolla, que para la Academia es: ‘Burbuja o glóbulo de aire que se forma en el interior del agua producido por la lluvia u otras causas’. Obsérvese que todos estos términos (pompa, gorgorito, borbolla) parecen de origen onomatopéyico o expresivo.

Continuando la pesquisa a través de Dirae llegamos a esta otra expresión (s.v. capuchino en el DRAE):

llover capuchinos, o capuchinos de bronce.
1.
locs. verbs. coloqs. Caer la lluvia con gran intensidad o ímpetu

Ausente de las demás fuentes lexicográficas que he mirado, fue incorporada al DRAE en su edición de 1956. El corpus CORDE contiene una aparición:

No falta aquí ni una noche, aunque caigan capuchinos de bronce (Benito Pérez Gadós, Torquemada en la Cruz, 1893)

Otra aparición que hemos podido comprobar es igualmente del año 1893 (que, por cierto, fué pródigo en tormentas); veáse el ABC del 6 de mayo de 1893:

—¡Dios mío! —decíamos pegando las narices a la vidriera— ¿llegarán a caer capuchinos de bronce? Porque ya han salido los de caoutchouc.

Y otra más, muy próxima en el tiempo:

¡Ya escampa! y llovían capuchinos de bronce! (10 de julio de 1892, carta de Julio Somoza de Montsoriu a Marcelino Menéndez Pelayo)

Valgan estos casos para ver que existe cierta asimilación entre las gotas de agua (o sus efectos) y [las capuchas de] los frailes. Por su parte, el bronce puede quedar adscrito a las exageraciones coloquiales relacionadas con la lluvia violenta, como caer chuzos.

 

 

La presencia de los frailes en la España de los pasados siglos fue constante, y no es extraño que dejaran huellas en el léxico, pero en el terreno infantil, al que en mi recuerdo pertenecía frailecillo, hay otro famoso caso: el frailecito o frailecico [del haba]. Según Autoridades, frailecito es el:

Juguéte que hacen los niños por entretenerse, cortando la parte superior de una haba, y sacándole el grano, queda el hollejo de modo que remeda a la capilla de un fraile.

Documentada con la famosa aparición en el Quijote:

de un revés solo partió cinco gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los frailecicos que hacen los niños.

Añadamos tan solo que ni los inocentes entretenimientos infantiles quedan libres de malos pensamientos y peores palabras, y como prueba quede esta copla:

Marica jugaba
con un frailecillo de haba.

Fue al habar Marica,
ayer, con licencia
de su reverencia
fray Ginés García;
donde todo el día
en su mano andaba
aquel frailecillo de haba

[En Alzieu, Jammes y Lissorgues (eds.), Poesía erótica del Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 2000, págs. 156-7. Véase también para la fama erótica de los frailes y los varios sentidos de haba, Francesca De Santis “Sátira e intertextualidad en la poesía erótica de frailes del Siglo de Oro”].

Y con esto terminamos esta divagación sobre frailes, lluvias y juegos. Quede tan sólo un apunte morfológico, y es la variación de los sufijos hipocorísticos -ico, -ito, -illo en las expresiones consideradas, que obedece tal vez a su uso en distintas áreas dialectales.

NOTA: Quien disfrute de la lexicografía de la lluvia tiene en otra esquina de este sitio web: Llovizna, lloviznar.

 

ADDENDA del 10 de octubre del 2013

Una persona que sabe mucho de la lengua y sus usos me dijo que la fuente de Martín Alonso debía de ser algún vocabulario regional. ¡Y así era! En el útil fichero antiguo del Nuevo diccionario histórico del español encontré esta ficha:

El Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada era la fuente. Y véase esta otra variante en la misma obra, s.v. frailecico:

Frailecico. m. Pompa que hace en el suelo la lluvia.

“Esta es una lluvia de nada. Hasta que el agua no haga frailecicos no me conformo”.

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Trikini

28 febrero 2012 11:11

Las falsas segmentaciones son un fenómeno corriente en la lengua, y ya hemos hablado de ellas a propósito de precuela.

La formación de trikini a partir de bikini es otro bonito ejemplo. Tras la explosión atómica de 1946 en el atolón de Bikini, el fabricante francés de ropa interior Louis Reard creó un traje de baño de dos piezas, al que dio ese nombre (sin duda por considerarlo un invento explosivo, aunque hay quien dice que inspirado en la vestimenta de las nativas del atolón). Lo que ocurrió luego lo cuenta el gran William Safire:

Dieciocho años después el diseñador austriaco Rudi Gernreich interpretó el bi de bikini como ‘dos’ e introdujo el monokini: uno abajo, ninguno arriba.

Lexicógrafos lascivos [¿un pleonasmo para Safire?] han estudiado -kini como un formante popular. El trikini apareció brevemente in 1967, definido como ”un pañuelo y dos pequeñas copas”.

Hay que advertir que la tríada de componentes de trikini ha experimentado diversas variaciones: cuando era pequeño, un compañero de clase me susurró que se trataba de zapatillas, gafas de sol y sombrero (!); ahora alude también a un dos piezas, o bikini, cuyos componentes están unidos por una tirilla sobre el vientre.

El artículo de bikini de la Wikipedia en inglés (por cierto, muy bien provisto de datos) recoge otros compuestos de -kini, como seekini (bikini transparente), tankini, camikini y hikini.

Pero la cosa no acaba ahí. Resulta que el sandwich de jamón y queso, llamado mixto en Madrid, recibe en Cataluña el nombre de bikini, por el nombre de una sala de fiestas fundada en Barcelona pocos años después de la explosión atómica en el atolón epónimo, donde empezó a servirse. Es palabra que se utiliza tanto en el español de Cataluña como en catalán, según se ve en el Diccionari de Enciclopedia Catalana:

biquini. [indum] Vestit de bany femení que consta d’un eslip i uns sostenidors.

biquini. [alim] Entrepà calent de pernil dolç i formatge fet amb pa de motlle.

Sin embargo, la acepción alimenticia no se encuentra en todos los diccionarios de la lengua española: no está ni en el DRAE, ni en Clave, aunque sí en Vox y en el DEA de Manuel Seco, aunque en ninguno de los dos se indica el área geográfica en que se usa.

Pues bien, en un bar de mi barrio barcelonés leí (y luego capturé) el cartel de la foto superior. Tal parece que el bi del bikini 2 ha experimentado también la falsa segmentación. A mis preguntas, el camarero me aclaró que se trataba, efectivamente, de un sándwich de tres componentes: un bikini más huevo. Una pequeña investigación me confirmó que hay otras variantes de tres ingredientes, como aclara esta útil página sobre Bread in Catalonia and Spain:

Available in almost any bar in Catalunya, a Bikini is the name given to a toasted sandwich containing melted queso manchego or processed cheese and jamón dulce . This name is not used in Madrid , where I once got some very funny looks for asking for one; there, it turns out that it’s called a combinado . There are occasional variations on the theme; the most interesting involving a specially cut round hole in the upper slice to accommodate the yolk of a fried egg. A trikini also has sobresada.

Y para quien se haya quedado con hambre, he aquí el enlace a un post que coescribimos hace años un servidor, Alberto Gómez Font y varios contribuyentes, “Alrededor del sandwich“…

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Hijos de la flauta

15 enero 2012 17:17

De vez en cuando, una palabra se descompone, y una de sus partes empieza a funcionar para formar otras. Estos días estamos presenciando un fenómeno curioso. En un principio estuvieron los perroflautas, denominación sinecdóquica de una tribu urbana por los elementos que les caracterizaban. Pues bien: la parte final de la palabra, flauta, parece haberse convertido en identificador de un grupo como protestatario, “indignado” o similar. Esto en sí mismo es raro, porque los perroflautas si algo no eran es rebeldes contra el sistema, pero bueno: las palabras se contaminan por los contextos en que aparecen, y a veces acaban significando algo lejano. Ahí está el caso de patera, inicialmente ‘embarcación’ y luego, ‘lugar donde se hacinan inmigrantes’.

En castellano y en catalán yayo/iaio es una denominación familiar y cariñosa para abuelo, y a su vez abuelo también ha pasado a significar ‘persona de edad’. Pues bien: un grupo de personas mayores, con o sin nietos, y por supuesto sin flautas ni perros, pero luchadores por sus derechos contra el cierre de centros de salud, han escogido el nombre yayoflauta/iaioflauta para definirse. Arriba vemos una de sus manifestaciones en las que convive la denominación con dos iconos gráficos de la modernidad internetera: el hashtag o sostenido de las etiquetas de Twitter y la @ del correo electrónico. Tienen incluso un sitio web: http://www.iaioflautas.org.


(entrevista en Intervíu)

Por cierto, el activismo político de las personas de edad ha dado otras muestras de creatividad lingüística: en 1991 concurrió a las elecciones españolas el partido Panteras Grises. La denominación nació en realidad en EE.UU. en 1970, como Gray Panthers, claro juego de palabras (por las canas) con el movimiento negro Black Panthers

Había archivado la denominacion de yayoflauta como una curiosidad más, cuando la protesta de la policía autonómica catalana, los Mossos d’Escuadra me ha sorprendido en Twitter con este hashtag: “#mossoflautas“.

¿Habrá otros casos de utilización de -flauta para expresar rebelión o disconformidad? Agradeceré a los lectores que me notifiquen si se encuentran con alguno…

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Lingüistas en la creación de marcas

29 octubre 2011 13:13

En la revista New Yorker (aunque por desgracia por línea sólo se accede a un resumen) he leído un bonito artículo titulado “Famous Names. Does it matter what a product is called?“, por John Colapinto (October 3, 2011).

El artículo trata sobre Lexicon, una empresa dedicada al naming, o creación de marcas para productos. No hablamos de logotipos (las imágenes que las identifican), sino de palabras, esas que, como ocurre con kleenex o aspirina, pueden acabar convirtiéndose en nombres comunes para un tipo de productos. Del naming (en español se llama directamente así, lo que, vistas otras acuñaciones, no parece repugnar a la lengua de hoy) ya hemos hablado en otro post, que incluso mencionaba a la misma empresa.

Pues bien: el artículo de Colapinto se centra mucho en el método de trabajo. A mí, particularmente, lo que me ha llamado la atención es la profesionalidad con la que está abordada esta tarea en Estados Unidos. Al fin y al cabo, ellos, inventores de la mercadotecnia contemporánea, saben bien el valor de una marca. El caso es que tienen dos lingüistas fijos, y otros setenta y siete eventuales, repartidos por todo el mundo (para las resonancias no queridas de una marca en otras lenguas, véase lo que pasó con el Mitsubishi Pajero).

El método de trabajo es partir de mapas mentales que resumen las características que se quieren resaltar del producto, y a partir de ahí se trabaja con propuestas: palabras existentes, u otras creadas ad hoc. Lo que parece tener gran importancia son las connotaciones de los términos elegidos. Blackberry (‘mora’ en inglés) contiene el color negro, black, que se asocia con la tecnología. Pero lleva implícito también un chiste visual: los botones del aparato recuerdan al apiñamiento de las frutas polidrupas. Como ejemplo de término inventado, tenemos Pentium, formado con la terminación latina -ium (como en sodium) y la raíz griega de cinco (era la quinta generación de procesadores de Intel). Las marcas no sólo bautizan cosas existentes, sino que las traen a la vida conceptual: Pentium fue el primer procesador con nombre propio en vez de número…

Lexicon trabaja con métodos etnográficos (grupos de usuarios a los que se exponen los nuevos términos), pero también manejan metodologías depuradas, como cambiar al producto de categoría, para explorar mejor las connotaciones de un nombre: “Si Pentium fuera un nuevo modelo de coche, ¿cómo sería?”.

Pero lo mejor ha sido, ya digo, comprobar que los lingüistas sirven para algo…

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Teléfonos “digitales”

21 mayo 2011 19:19

Llevo unos días atrapado en uno de los infiernos contemporáneos más comunes: la operación de cambiar en un caso, y conseguir nuevo en otro, teléfonos móviles para mis hijos. Por fortuna, la horrible experiencia, consumidora de horas y de paciencias, ha albergado en su seno dos aspectos benéficos. El primero ha sido comprobar que el mal trato e ignorancia de Movistar no está reservado en exclusiva para sus clientes, como yo pensaba: he visto cómo lo sufría también el personal de sus propias tiendas cuando llamaba a la central en demanda de ayuda. Bueno: siempre es un consuelo…

El segundo ha sido escuchar a una clienta entrada en años pedir: “Un teléfono, pero no de esos digitales [aquí hacía el gesto de quien opera en una pantalla táctil], sino de teclas”. ¡Maravilloso!: como es sabido, digital viene de dígito, ‘dedo’, pero tiene dos acepciones. La primera (y más antigua) es ‘relativo al dedo’, como en “huellas digitales”; pero la más frecuente en la actualidad es la que se opone a analógico, es decir, algo así como “basado en señales discretas, según la teoría de la información“. Una extensión de esta última es el amplísimo uso de digital como sinónimo de informático o de “propio de las tecnologías de la información”.

Mi (involuntaria) informante había tomado, en este mundo de iPhones, iPads e iPods que se accionan con el dedo sobre la pantalla, digital en el primer sentido, que le parecía venir como anillo al dedo. Había hecho algo así como una “etimología popular culta”, y por cierto, bien bonita…

Al revisar el DRAE para ver cómo andaban las definiciones de estas cosas, me ha sorprendido la pobreza de su situación actual (en esencia, idéntica a la que denuncié en mi artículo del 2004, “Los términos informáticos en el Diccionario de la Academia”). Digital sigue siendo:

1. adj. Perteneciente o relativo a los dedos.

2. adj. Referente a los números dígitos y en particular a los instrumentos de medida que la expresan con ellos. Reloj digital.

¡Y nada más! La cosa es grave, cuando comprobamos (gracias a DIRAE) que el adjetivo aparece en su acepción hoy más corriente (y ausente del diccionario) en otros artículos, como digitalizar: “Registrar datos en forma digital” (!). En fin… Véase lo que decía sobre ambas palabras hace ya siete años.

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El bowdelizador que bowdlerice…

10 enero 2011 11:11

Hace poco salió a la luz la noticia de que en una obra de Mark Twain se iban a suprimir expresiones presuntamente racistas.

En la versión inglesa de esta noticia, una palabra me llamó la atención:

Being an iconic classic, however, hasn’t protected “Adventures of Huckleberry Finn” from being banned, bowdlerized and bleeped. It hasn’t protected the novel from being cleaned up, updated and “improved.”

El verbo to bowdlerize (‘censurar una obra literaria’) se usa en honor de Thomas Bowdler, quien creó una edición de las obras de Shakespeare notablemente dulcificada.

Las derivaciones a partir de un nombre propio (de una figura histórica o de ficción)  son frecuentes en español: onanismo, chauvinista, rocambolesco, aunque la mayoría son sustantivos. Verbos hay menos: donjuanear.

Mi pregunta es: ¿qué figura de la cultura en lengua española merecería dar lugar a  un verbo que indicara la acción de censurar una obra?

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La década sin nombre

28 noviembre 2010 14:14

¿Cómo llamaremos a la década que se acaba? La anterior fue la de “los [años] noventa”, la anterior a ésta la de “los ochenta”, y así hasta los “años veinte”. Pero ¿el espacio comprendido entre el 2000 y el 2010?

Rebecca Mead se lo ha planteado en New Yorker: hubo la propuesta de llamarlo “las oes” , “los ceros”, o incluso “la primera década del siglo XXI”.

En español funciona bien la denominación “comienzos” o “principios de siglo”, pero es muy genérica y no alude a una década. Cuando hacia el 2070 se hable, por ejemplo, de la música de estos días probablemente no haya más remedio que decir “a principios de siglo triunfó el acid pop indie”  (o cualquier cosa por el estilo).

Pero hay que tener en cuenta que estas denominaciones, breves o largas, son estrictamente contextuales. Hablábamos de “los años 20” cuando no había ninguna duda de que se referían a 1920-29, pero dentro de unos años se referirán al 2020-29…

Me han contado, y no tengo motivos para creer que es falso, que en una biblioteca o archivo (donde se catalogan documentos) hubo que colgar este cartel:

OJO: “el siglo pasado” es el siglo XIX

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Locávoros

19 septiembre 2010 12:12

La palabra me sorprendió por primera vez en un precioso libro de viajes, Contra el cambio, de Martín Caparrós. Un locávoro sería la persona que come sobre todo alimentos de producción local, cultivados o criados en proximidad.

Aparentemente, la palabra viene del inglés locavore, atestiguado por primera vez en el 2005, según el Merriam-Webster.

El término ha pasado también al francés, locavore, cuyo útil Wiktionnarie nos dice que fue elegida palabra del año 2007 en el New Oxford American Dictionary. Precisa también que fue un grupo de cuatro mujeres quien empezó el movimiento que lleva ese nombre en el 2005 en el área de la bahía de San Francisco. Registra la variante localvore.

Hay muchos compuestos del latín –voro: carnívoro, herbívoro, omnívoro, insectívoro, frugívoro… El sentido es siempre “alguien que come…” la primera parte del compuesto, incluso en sentido figurado: fumívoro: “Se dice de los hornos y chimeneas en que se produce una combustión completa, sin salida de humo”. Muchas de estas palabras son comunes a distintas lenguas de cultura, aunque con adaptaciones fonéticas y graficas: cf. el italiano onnivoro.

¿Y locavore? El inglés actual se caracteriza por su tranquilidad a la hora de acuñar nuevos compuestos, que en seguida se exportan (ahí está el caso de paralímpico). De local y -vore, locavore, pronunciado con acento en la primera sílaba. En español, donde estos compuestos son siempre esdrújulos, ha dado locávoro, quizas más pronunciable que locálvoro (que tiene sólo 8 presencias en Google).

Pero el inglés también ha dado localtarian (a imitación de vegetarian), y ya hay un puñadito de localtarianos paseándose por las webs españolas.

¿Es bueno ser locávoro o locatariano? Probablemente sí, porque uno le ahorra al planeta los costes en aumento de CO2 y el gasto de combustibles fósiles del transporte, aunque Martín Caparrós recuerda cómo los kiwis importados a Inglaterra resultaron ser menos ecológicamente dañinos que los locales (a pesar del transporte), porque habían sido cultivados con muchos menos fertilizantes químicos.

Es duro ser un ciudadano consciente hoy en día…

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Inging

14 septiembre 2010 21:21

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=IWf3Vbl_zLw[/youtube]

A nadie se le habrá escapado en los últimos tiempos la aparición periodística del balconing, ese nieto del puenting [y sobrino de las máquinas de vending Véase abajo comentario de Solitarius].

Esta unión contra natura de una raíz española y la terminacion de gerundio inglés, ¿habrá dado lugar a más engendros, perdón: palabras? Por el momento he recopilado estas tres…

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