Los índices de conceptos, imprescindibles en el ensayo

01 junio 2016 9:09

Altos estudios eclesiásticos ha sido la última compilación publicada de ensayos de Rafael Sánchez Ferlosio (Ensayos I. Altos estudios eclesiásticos. Gramática. Narración. Diversiones. Barcelona, Debate, 2016, 800 pp.). En el último número de Letras Libres publico una reseña del volumen.

Una de las cosas que me sorprendieron más de esta edicion, por otra parte muy estimable, fue la falta de un índice de conceptos, que por otra parte estaba anunciado en la Introducción. En el caso de un pensamiento tan rico y complejo como el de Ferlosio, esta falta era especialmente dolorosa:

[…]

Esa libertad de quien no sirve a una escuela teórica ni a imperativos de publicación hace que el abanico de cuestiones tratadas sea amplísimo: no solo en los temas de cada ensayo, sino sobre todo en las derivaciones y excursos, en los paréntesis y digresiones. La ramificación de la sintaxis tiene su paralelo en las derivaciones casi fractales de su pensamiento. Para que se vea con más claridad: en el ensayo citado sobre los nombres de persona aparecen además, con diferente extensión, las siguientes cuestiones (sin ánimo de agotarlas): las formas de llamar a los animales, el artículo ante el nombre propio, la apelación según el oyente, los nombres de los ciclones, funciones del refranero, la complicidad intrafemenina, el género gramatical en las lenguas germánicas, el comportamiento mágico, la superstición, la mixtificación en los documentales sobre la naturaleza, el tratamiento de la fisonomía animal en los dibujos animados, los medios de comunicación social, la mente infantil… Esta docena larga de materias son sencillamente inalcanzables desde el índice de contenidos general de la obra, ni desde ningún otro lugar.

[…]

Pero si hubiera un buen índice de materias este enriquecería incluso una edición digital, porque bajo la entrada teatro (por seguir con el ejemplo) estaría una subentrada “jardín, meterse en un”, que nos llevaría a la preciosa introducción en cursiva de la Semana Primera, donde, a pesar de referirse a él, no aparece nunca la palabra teatro. Y otra bonita subentrada sería aparte, que si se buscara directamente como cadena de letras daría 55 apariciones entre la que espigar la única teatral, que un buen índice de conceptos señalaría inmediatamente.

La reedición de estos ricos materiales de Rafael Sánchez Ferlosio debería haber tenido un propósito suplementario, aparte del de reunirlos en un tomo manejable y hacer una edición bella y cuidada: habría debido servir además para tejer una guía, o un esbozo de guía, del universo del autor. Las densas páginas de este volumen no solo pueden ser objeto de lectura de fruición, sino que también son un material de trabajo. Sin el hilo de Ariadna de un buen índice de conceptos, que explicite la “complejidad y sutileza” presentes en los ensayos, el lector estará perdido en los meandros hipotácticos de una de nuestras mejores mentes.

Pensándolo a posteriori, algo se podría hacer para arreglarlo: ¿por qué no hacer en la Web un índice de conceptos colaborativo de esta obra?

 

Conectar con la mente hipotáctica

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