¿Donde van los blogs que se apagan? Como género, un blog es por definición infinito, o mejor dicho, indefinido hacia adelante: mientras las ganas y el cuerpo aguanten. No aguantó el de Pedro de Miguel, Peter.
Un post en el blog, que adivino hecho por mano ajena, contó el 12 de agosto que había fallecido en Pamplona. La verdad es que, como género periódico y muchas veces teñido de autobiografía, su blog algo había dejado traslucir: unos meses de silencio, una vuelta lenta a la publicación, y alguna confidencia, como la que contenía el post Animoterapia:
No estás del todo bien: debilidad, cansancio. Estás, vaya, hecho unos zorros. Entonces llega el optimista:
-Te veo bien.
Estás a punto de decirle que se limpie las gafas, que vaya al oculista, que tenga más pesquis, pero optas por poner tu peor cara, para infundir compasión.
-En serio, te veo mucho mejor que la semana pasada.
La semana pasada zampabas alubias, ibas al monte, leías incluso a Philip K. Dick.
-Además, hay que tirar para alante. Luchar.
No sé a qué se refiere el sano con lo de “luchar”. Se imagina que la enfermedad es como un combate de boxeo: te dan pero contestas, te tumban pero al caer le pones la zancadilla al rival. A un pastillazo respondes con un palíndromo.
-Pues mira -le dices al optimista-, estoy bastante jodido, lo que pasa es que me ves con buenos (y miopes) ojos.
Y entonces viene lo que más temes: la palmada en la espalda, el codazo cómplice en los riñones, el puñetazo cariñoso en el hombro:
-Venga, chaval.
La enfermedad es una lucha contra los sanos.
Le vi una sola vez en mi vida: me antologó en un par de ocasiones, nos enviábamos nuestros libros. No hace falta ver mucho a otra persona para sentirse próxima, incluso muy próxima a ella. Cuando descubrí que había hecho un blog me alegré mucho: así tenía ocasión de leer, con la periodicidad incierta propia de esas cosas, sus escritos, mínimos y bilbaínos. Sí, porque a pesar de titularse Letras enredadas y subtitularse Nudos de literatura entre la red y el papel hablaba realmente sobre lo que le apetecía, y sobre Bilbao. Alguna vez puse comentarios en su blog, y él lo hizo en el mío, y, cuando venía a cuento, nos citábamos: en fin, la típica relación entre dos escritores de la red.
Se acabó, pues. ¿Dónde van los blogs que se apagan? ¿Permanecen en ese sitio extraño y accesible mientras alguien (el administrador, un amigo, un pariente) los mantiene? ¿Duermen en algún archivo de sitios web? ¿O incrementan el número de enlaces muertos y páginas no disponibles que hace de la red un inmenso osario?
Etiquetas: Blogs, Memoria