El diario La Vanguardia (aunque no en su versión digital, o tan bien escondido en ella que no lo he podido encontrar) aparece hoy, dentro de su sección de opinión Temas de Debate (págs. 30-1), una entrega sobre “Leer en voz alta”.
En ella hay un artículo mío, “Lectura compartida”, sobre la experiencia de leer libros a los hijos en edades en que normalmente ya no se hace. Extracto aquí un pasaje:
Poco a poco, casi sin darnos cuenta (porque el entrelazamiento de la vida de nuestros hijos con la nuestra es un gran misterio), ya teníamos libros con letras grandes, ya distinguían la o redonda de la i con un puntito, ya reconocían algunas palabras, ya leían dificultosamente, ya te corregían cuando te confundías en una palabra, ya leían de corrido, ya devoraban los libros… Llegados a este punto, era el momento de dejarlos solos. ¿O no?
Tenían ocho o nueve años. Habíamos pasado de los ositos a las brujas, de las brujas a los piratas, a los bosques de Narnia, a los tramperos del Canadá. Habíamos navegado, luchado, explorado pirámides juntos, bajado al centro de la Tierra… ¿Y ahora íbamos a separarnos? Se suponía que uno no leía a los niños “mayores”, aunque… ¿por qué no? Los padres de niños de la edad de los míos estaban dejando de leerles, o quizás los hijos no querían ya que se les leyera…
Y, de golpe, lo vi clarísimo. Había que seguir.
Al lado, un artículo de Manuel Guerrero, “Vuelta a la poesía oral”, reflexiona: “¿Por qué renunciar al aprendizaje eficaz y al saber profundo que proporciona el arte verbal?”.