La historia digitalizada (y abreviada)

11 marzo 2007 10:10


Con este título provocador, Katie Hafner publica un artículo en el New York Times sobre el paso de archivos al medio digital. Es una pieza muy informativa que merece leerse deternidamente. Por un lado, recoge testimonios sobre hasta qué punto los elementos que no están digitalizados pueden caer en la más completa oscuridad para los investigadores (y en esa situación están muchos pequeños archivos locales, museos de escritores, etc.). Pero por otro lado los costes de digitalización son muy grandes:

Sólo el escaneado: de $6 a $9 para una diapositiva de 35 milímetros, de $7 a $11 cada página de papeles presidenciales, de $12 a $25 para piezas tamaño póster. Y el coste del escaneado puede ser sólo una parte relativamente menor del gasto completo de digitalizar y hacer accesible por línea.

A falta de digitalizaciones completas, la puesta a disposición digital de las relaciones de documentos de un archivo puede ser una ayuda eficaz.

Un problema de este artículo (frecuente, por otra parte) es llamar digitalización tanto a la reproducción fotográfica de un documento, como a la conversión del mismo en texto buscable gracias a un OCR (reconocedor óptico de caracteres) . Los servicios que rinden uno y otro sistema son muy diferentes, pero el segundo pude ser mucho más caro, y llevarse a cabo difícilmente sobre materiales impresos remotos.

En vista de que no se puede digitalizar todo, una reflexión que empiezan a hacer los más responsables (como la directora de la Library of Congress) es fijarse en qué necesitan los usuarios:

Estamos tratando de hacer un trabajo mejor de comprensión de los tipos de información que la gente está buscando en la Web, y los tipos de búsquedas que traen gente a los locales de la biblioteca.

Lógico, ¿no? Pero no es raro ver grandes proyectos de digitalización que no tienen ni idea de qué harán luego los usuarios con ellos…

Otro problema grande de las digitalizaciones son los materiales sujetos potencialmente a copyright:

Un estudio publicado en 2005 por la Library of Congress y el Council on Library and Information Resources encontró que alrededor del 84 por ciento de las grabaciones históricas de sonidos que recogen jazz, blues, gospel, country y música clásica en los Estados Unidos hechos entre 1890 y 1964 son virtualmente inaccesibles.

¿Cuál es el volumen de documentos y libros que quedan por digitalizar? Inmenso, a pesar de los esfuerzos realizados. Google ha digitalizado ya un millon de libros, decenas de miles de revistas científicas y ahora está digitalizando millares de patentes, hasta 1790.

El esquema que reproduzco parcialmente (accesible desde la primera página del artículo) muestra una estimación de fondos digitalizados en los Estados Unidos y de fondos pendientes de ello.

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La barra de libros de Google

08 marzo 2007 17:17


Google Libros ha sacado una pequeña aplicación que permite meter sus resultados de búsqueda en una página web. Se trata de la Book Bar, que se puede crear mediante un sencillo Wizard. El código generado se pega en el sitio web, y en éste se genera una estantería virtual con resultados de la búsqueda que se haya introducido. Aquí se puede ver un ejemplo que he creado con las claves: library, publishing, reading, ebook, edición, writing, lectura, escritura, biblioteca.

Dependiendo de los resultados que obtenga la búsqueda, la barra va rotando las cubiertas de los títulos. Al pasar el ratón por encima se puede ver el título y al hacer clic en la cubierta se accede o bien a la totalidad del libro o bien a parte de él (dependiendo de si el libro está o no en el dominio público, o del acuerdo con sus editores).

Por cierto, la base de libros de Google Books se amplía de nuevo con la incorporación al proyecto de la Bayerische Staatsbibliothek (Biblioteca Estatal Bávara), que

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¡Funciona!

08 marzo 2007 9:09

Uso mucho el reciclado. Me encanta que algo que yo no use encuentre utilidad para otra persona, y nunca he vacilado en incorporar a mi vida algo que otro ya no quería usar. Una de las interfaces más útiles para estos intercambios es, sencillamente, la calle. Uno deja en ciertas esquinas determinadas cosas y puede estar seguro de que durarán “menos que un merengue a la puerta de un colegio” (en la expresión consagrada, y probablemente obsoleta).

Con los libros ocurre exactamente lo mismo. O más. En determinados momentos de mi vida me he visto impulsado a reducir el volumen de mi biblioteca. Uno de mis procedimientos ha sido normalmente acudir a un librero de viejo. Me saco unas pelillas (que gastaré inmediatamente en más libros), y las obras volverán a encontrarse con su público, gracias a los sitios especializados: los tenderetes callejeros, el Mercat de Sant Antoni (Barcelona), la Cuesta de Moyano (Madrid), etc. Pero para pequeñas cantidades, o con libros que no quiere ni el librero de viejo, utilizo el mismo procedimiento: una bolsa, y a la esquina de la calle.

No duran nada. Alguien puede preguntarse que quién querrá los gruesos tomos de Teoría y Crítica Literaria de los que me desprendí cuando abjuré de ciertos errores de juventud. Sabe Dios. Un día coincidí en una comida con el responsable de saldos de libros en El Corte Inglés (no caeré en el eufemismo común en la prensa de decir “unos grandes almacenes”: sólo hay unos). Le pregunté algo que siempre había querido saber: ¿siempre encuentran comprador para estos libros en saldo?, ¿incluso para los de egiptología o resistencia de materiales?. “Claro”, me dijo, “siempre y cuando se baje lo suficientemente el precio: se vende todo”. A ese precio bajo, bajísimo, de cero euros, mis libros en la calle es lógico que no duren nada…

Uno de los usos habituales en los que usan la calle como Gran Intercambiador, cuando depositan un electrodoméstico, un ordenador, etc., es dejar un cartel que diga: “Funciona”. Así, el transeúnte sabe que no está ante una chatarra, útil sólo para los recuperadores de metal (que pueden desguazar un televisor antiguo en dos minutos), sino ante un aparato quizás no de última hora, pero sí utilizable. Esta imagen de los aparatos con el cartel encima me asaltó cuando bajaba ayer una bolsa de libros a la esquina.

Y entonces pensé: un libro no necesita encima el cartel de “Funciona”. Cualquiera sabe que puede cogerlo, abrirlo, e inmediatamente la alineación de letras empezará a destilar sus contenidos en la mente del lector. El libro siempre funciona. El buen libro de papel.

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Redes de libros

06 marzo 2007 18:18

Para la lectura, la recomendación de nuestros amigos y conocidos cumple un importante papel (Jesús Contreras, “La lectura y sus circunstancias”, en La lectura en España. Informe 2002). Estas redes informales de información pueden a veces aprovecharse para actividades de animacion, como en los clubs de lectores alentados por bibliotecas.

Como era inevitable (y natural), estas dinámicas entre lectores saltan a la red, por ejemplo, en los sitios web donde escriben fans. A ello se suma que tanto bibliotecas virtuales como librerías en la red habilitan foros en los que los lectores pueden intercambiar opiniones.

Dentro del movimiento que se conoce como web social (aplicaciones Web que permiten expandir el alcance de las relaciones entre personas), hay sitios generales que permiten también compartir opiniones sobre libros, como Listal y MySpace (que mencionábamos en relación al servicio de HarperCollins para dar acceso a páginas de sus libros).

Pero también han empezado a surgir sitios dedicados específicamente a las comunicaciones entre lectores. Entre ellos están Goodreads, LibraryThing y Shelfari.

Shelfari, por ejemplo, permite que el usuario se construya estanterías virtuales (shelf es ‘estantería’) para enseñar qué libros está leyendo, y dar sus opiniones: en la imagen superior, la usuaria Sthurner, que tiene una notable actividad. Las estanterías que ha hecho cada usuario luego pueden colocarse en su blog (por cierto, las nuevas estanterías dinámicas de Google Libros, de las que hablaremos, también pueden situarse en blogs y otras páginas).

Goodreads, el sitio más reciente, permite proponer libros para la venta o el cambio. LibraryThing, por último (que es el que tiene, ya desde su nombre, un aspecto más “bibliotecario”) ofrece su servicio como una forma de catalogar los propios libros en línea… y dejar que los demas disfruten de esa catalogación. Presumen de tener más de once millones de libros de sus usuarios catalogados.

Todos estos sitios, gratuitos, basan su modelo de negocio en servir de pasarela para la venta de libros en Amazon o Barnes and Noble. Alguno de ellos ofrece servicios avanzados (como ampliar el número de libros que se pueden alojar), por el pago de una módica cantidad.

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Ponga un libro en su sitio

06 marzo 2007 9:09


Muy escaso eco ha despertado el anuncio hecho la semana pasada por dos grupos editoriales gigantes, Random House y HarperCollins, de que permitirían la búsqueda en el interior de sus libros en Internet. Como decía la nota de Reuters:

Ambas compañías llegan tarde a las búsquedas de libros por línea. Amazon ha permitido a sus compradores hojear páginas de un libro desde el 2003, y Google desde el 2005.

El servicio de Random House, llamado Insight, permitirá a librerías de la red y buscadores acceder al contenido de sus libros. Por su parte , el de Harper tiende a que los fans y páginas personales tengan fácil insertar páginas de sus libros (ejemplo).

Com dice la aséptica nota de Reuters, hay un problema con el tiempo. Ya Simon and Schuster estaba en el año 2000 suministrando banners y fotos de cubiertas a los fans de Stephen King para que se fabricaran sus propias páginas personales. Esta es una imagen capturada el dos de marzo del 2000 (¡pura arqueología!) dando elementos a los fans para que hablaran del experimento de King Riding the bullet.

Sí: el efecto multiplicador de fans, blogs, clubs (y otros anglicismos monosilábicos) es muy grande, y esto que ahora se llama Web 2.0 y antes no se llamaba de ningún modo sólo va a seguir creciendo. Por cierto: Rupert Murdoch es el dueño tanto de HarperCollins como del sitio de comunidades MySpace (al que van muy específicamente destinados los widgets de hojeo de libros de esa editorial). Parece que las sinergias con el mundo editorial no van sólo por la línea de los conglomerados multimedia…

Respecto a la existencia de diversos sitios que den acceso a distintos corpus de libros digitalizados (en vez de uno solo que abarque todo), parece una estrategia a priori tan buena como cualquier otra… Ya veremos a qué lleva en la práctica…

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Un ojo en los negocios…

06 marzo 2007 9:09

… y otro en la literatura. Ésta es la caracterización del editor para Gaston Gallimard, pero el agente Guillermo Schavelzon la hace suya en una extensa entrevista de Martín Gómez en el blog (dedicado al mundo editorial y librero) El ojo fisgón. Resumimos:

Un agente literario es un representante de escritores que tiene como misión conseguir el mayor número de lectores posible en todos los idiomas y en todo el mundo para los escritores que representa […].

M.G.: ¿Cuáles son las consecuencias de la concentración de la industria editorial sobre el trabajo de los agentes literarios?

G.S.: La gran concentración que se ha producido y que sigue avanzando país con país genera situaciones que en América Latina recién se comienzan a ver pero que son muy claras en España, en Estados Unidos fundamentalmente, en toda Europa y últimamente en Francia —un país donde hasta hace un par de años no había agentes y que los editores consideraban territorio intocable—. Debido a ello el negocio del libro, por llamarlo de alguna manera, se concentra en empresas que no tienen un dueño-editor visible, como sí lo tenían antes las editoriales. Me refiero a ese patron en el sentido francés, a ese hombre al que le interesaba la literatura, al que todos reconocían y podían ver. Entonces las editoriales pasan a ser sociedades de capitales anónimos con participación de grupos de inversión cuyo único objetivo es la rentabilidad porque eso es lo que exigen los accionistas para que las acciones no se caigan. Estas empresas tienen actividades múltiples en diferentes áreas de negocio. Por ejemplo, el 70 % de libros que se publican hoy en Francia vienen de editoriales que están en manos de un grupo que tiene fábricas de aviones, armas y misiles, cadenas comerciales, revistas, radio y canales de televisión. Al ser la rentabilidad el objetivo principal, la presión con respecto a los beneficios es prioritaria porque el director tiene que aportar al grupo un margen por lo menos igual al de los otros negocios. Entonces se comienza a presionar al equipo editorial para que haga libros de gran venta, lo cual va modificando las características del editor. Los editores tradicionales se van y surgen nuevos editores muy ligados al mercado, al marketing, a lo que el público quiere leer y a proveer lo que la gente quiere comprar en lugar de hacer nuevos aportes culturales y literarios. En general no les va mal, aunque sin duda esta situación produce un daño cultural tremendo porque al no haber nuevas propuestas de lectura el agente literario comienza a tener una relación más complicada con el editor. Cada vez más los editores acuden a los agentes para hacerles encargos del tipo “busco libros que tengan una trama vinculada a la iglesia, con un poco de sexo y con el descubrimiento de un viejo manuscrito, etcétera” y al final te definen un Código Da Vinci y piden que el agente les consiga eso. Por supuesto que hay excepciones de todo tipo. En algunos grandes grupos hay editores de lujo y, además, están las editoriales pequeñas y medianas que, como dice Jorge Herralde, siguen publicando “lo que nadie quiere leer”.

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La noche del eclipse

04 marzo 2007 9:09


En la noche de ayer, mientras observaba el precioso eclipse de luna y me ejercitaba en las difíciles artes de la fotografía astronómica (véase la muestra), me vinieron a la mente imágenes que no tenían mucho que ver con los cuerpos celestes.

La redacción de la entrada de ayer sobre el canon de las bibliotecas me había llevado a leer la pieza de José Luis Sampedro, y algo en ese proceso me activó el centro de la memoria relacionado con ellas, de modo que estuve parte del día de ayer (y de la noche) recordando, a veces involuntariamente, las muchas bibliotecas por las que he pasado.

La primera de todas, en Valdepeñas (lugar en el que pasé unos años de la infancia): recuerdo cómo mi madre me llevó a la biblioteca, me presentó a su encargada y, tras mencionarle algunos libros que había leído cuando tenía mi edad, me dejó librado a mi curiosidad y a los buenos oficios de la bibliotecaria. Iba una tarde a la semana (¿los jueves?) y ahí leí muchísimo.

Mi segundo recuerdo es en los años 70, cuando de la mano de mi carnet universitario pude entrar en la Biblioteca Nacional de Madrid, y en la de la sección filológica del Consejo Superior de Invetigaciones Científicas de Duque de Medinaceli. En la primera de ellas leí la trilogía de Asimov, Fundación, no sin despertar la suspicacia de los empleados, que insistían en que no se podían leer “novelas”. “¡Señor mío!”, creo recordar que dije, “es para un trabajo de curso sobre la Utopía de la asignatura de Antropología Filosófica!”. “Ah, bueno…!”, me respondió, pero en sus ojillos sabios de empleado antiguo pude ver que quedaba prendida una chispa de duda…

En el Consejo me leí todas las novelas de los Siglos de Oro, una tras otra, y fue por lo siguiente: nuestro profesor, Juan Manuel Rozas (qué maravilla la Wikipedia, que ha permitido crearle una entrada), había señalado la existencia en una obra de un escritor a caballo entre el XVI y el XVII de un curioso vocabulario teatral (cambaleo, bululú, etc.) y había propuesto como trabajo de curso averiguar si eran usos específicos del autor, o si eran palabras de uso más extendido. No se me podrá acusar de enemigo de los textos digitales, esa revolución, pero entonces no los había, y siempre bendeciré esa circunstancia, que me obligó a leerme, uno tras otro, incontables libros, rastreando esas palabras… y de paso encontrando muchas otras, por serendipia.

Una circunstancia de las bibliotecas del Consejo era el empecinamiento funcionarial en hacerme rellenar (a mí, que iba diariamente) cada vez, para pedir cada libro, una ficha completa con todos mis datos. Vivía entonces en la calle Infanta María Teresa, de larguísima escritura, y recuerdo que escogí entre mis domicilios anteriores el de calle más breve, y, así, fue la calle Huesca la que figuró en todas mis fichas…

Y me pararé aquí, por el momento.

Uno de los agravios que siento ante el canon por préstamo de libros es como autor. Durante años, uno de mis placeres al publicar un libro era no sólo verlo en las librerías, sino pensar que esperaría a otros lectores en bibliotecas de pueblo, de barrio o de universidad. Esto era parte del pacto implícito entre el autor y el Estado, el sistema, o llámese como se quiera: que mis libros quedarían gratuitamente a disposición de quien quisiera leerlos. Es un abuso romper ese pacto unilateralmente, ni aunque el dinero del canon lo pague directamente el Estado, en vez del lector (hasta ahí podíamos llegar…).

Uno de los problemas de estos cánones (y pienso también en el que grava los dispositivos idóneos para la copia no autorizada) es su carácter estadístico, en las trampas sinecdóquicas que plantea: “hay gente que copia, luego que paguen todos los que podrían copiar.. ya calcularemos cuánto”. Con este canon bibliotecario propongo un acuerdo: los autores que editamos antes de su existencia podremos ser leídos gratuitamente, sin ninguna contraprestación. Quienes publiquen a partir de ahora, que digan claramente si quieren percibir dinero por el préstamo de sus libros.

Parece justo, ¿no?

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¿Son poco útiles las licencias no comerciales?

03 marzo 2007 15:15

Por Barrapunto me entero de iniciativas para recomendar que no se utilice la licencia no-comercial de Creative Commons (como ésta misma, a la que está sujeta este sitio web, blog incluido).

Hace poco respondíamos aquí mismo a las preguntas de un profesor sobre cómo publicar sus obras, preguntas que son las mismas que mucha gente puede hacerse, y la cuestión del uso comercial es una de las primeras que se plantean. La verdad es que los argumentos que expone este artículo, “Los argumentos a favor del uso libre: razones por las que no usar una licencia Creative Commons -NC”, son de gran interés.

Lo repito siempre: la cuestión de las licencias es un problema añadido a los muchos que tienen las personas que crean y que difunden sus obras. Tiene que ver con problemas abstractos (propiedad intelectual, explotación de la obra) sobre los que la mayor parte de la gente no piensa nunca; pero, por otra parte, ¡qué placer contribuir desde la reflexión y desde la práctica a la creación de un nuevo estado de cosas en el que desaparezcan muchas de las trabas actuales a la circulación de la cultura!

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Contra el canon de las bibliotecas

03 marzo 2007 14:14

Ha surgido una movilización contra el pago de canon por préstamo en las bibliotecas españolas (para quien no conozca el tema recomiendo leer también los comentarios al post). Hay un sitio web contra el canon, y desde la lista Iwetel se ha hecho una petición de adhesiones. (Vïa Addenda).

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Ha aparecido Trama&Texturas

01 marzo 2007 20:20

Foto de Chema Madoz, en el primer número

Ya ha aparecido el primer número de Trama&Texturas;, que anunciábamos hace semanas (pero es que las cosas de átomos funcionan más lentas que las de bitios…). Un proyecto que ya calificamos de necesario, y que nos llega con unos contenidos atractivos en lo conceptual y en lo formal (el dossier fotográfico de Chema Madoz).

He empezado a leerlo y ?junto a cosas preciosas? me encuentro con algo que ya oí de viva voz hace meses, pero que visto por escrito sorprende más aún. Lo plantearé como un enigma. ¿Qué editor (excelente por otra parte) se mete con los proyectos de digitalización de libros caricaturizándolos sin saber muy bien de qué habla? Y otro: ¿qué escritor (excelente por otra parte) compara ?para cargárselos? lo transitorio de los blogs con… ¡¡Shakespeare y Cervantes!! ?

Bienvenidos los espacios de reflexión y debate, porque expondrán las ideas a la intemperie…

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