Si, como dice usted, cada vez parece más claro que Internet va a ser actor principal en el siglo XXI, ¿cómo se explica que todavía tenga tan mala prensa?
La mala prensa de Internet se explica de muchas maneras, que todas son la misma: nos fijamos demasiado en las virtudes de lo que ya tenemos y en los defectos de lo nuevo. Hace poco Michael Gorman, un editor de la Enciclopedia Britannica, escribió un artículo contra la Wikipedia en el que básicamente la ponía a caer de un burro.
Clay Shirky le contestó con otro artículo del que sólo hace falta citar el título: ‘Old revolutions good, new revolutions bad’ (Las revoluciones antiguas son buenas, las nuevas revoluciones son malas). Esto es algo que llevamos diciendo, de una manera u otra, muchos observadores de Internet. Cory Doctorow, novelista y editor del popularísimo blog Boing Boing, lo explica diciendo que los libros de imprenta eran peores que los hechos a mano pero que triunfaron precisamente porque ese ‘ser peores’ en lo que los libros a mano eran buenos (de pergamino, grandes, iluminados a mano) les permitían ser buenos en lo que los libros manuscritos no podían serlo: eran pequeños, ligeros y baratos.
La revolución de la imprenta se disparó de verdad el día en que la imprenta de Francesco Griffo publicó volúmenes que cabían en la alforja de un caballo; el libro portátil creó la lectura privada, en silencio (antes la lectura se realizaba en voz alta, en comunidad), y con ello creó el germen del individualismo moderno, de la Ilustración, de todo aquello que hoy disfrutamos aunque lo demos por descontado.
Con Internet y las nuevas tecnologías pasa un poco lo mismo: son peores que las antiguas en las cosas en que las tecnologías antiguas eran buenas. Pero esto les permite ser mejores en cosas nuevas: el correo electrónico no es fetichizable como las cartas de papel (uno no puede guardar unas cartas de amor de la abuela, envueltas en un lazo, con aroma de violetas), pero es más rápido y más conveniente.
Como resultado, ahora la gente se escribe y lee más cartas que en ningún momento desde que se tuvo acceso al teléfono. Lo curioso es que la gente tiende a ser platónica, y a unir en sus cabezas lo bueno (útil) con lo bueno (moral). Yo creo que la mentalidad de ‘horror sin cuento’ atribuida a Internet viene también, al menos en parte, de ese “eso no vale para nada”, proyectado al ámbito de lo moral.
Esto tampoco es nada nuevo: Cervantes escribió una fantástica sátira sobre lo malas que pueden ser las novelas, y cómo pueden llevarnos a la locura, y ahora los Ministerios correspondientes nos dicen que por favor, por bien de todos y de nosotros mismos, leamos más. Y todos los ejemplos que nos ponen son de libros de ficción.
En el metro de Madrid hay carteles con comienzos de libros y, por cada ejemplo de ensayo o de poesía, hay diez novelas. Lo mismo con los tebeos (“corrompen a la juventud”) y con la tele (“¡la caja tonta!”, “¡telebasura!”), mientras que el cine es ahora el ‘séptimo arte’. Habría que ver qué se pensaba de los cinematógrafos en sus comienzos.
Así que no es de extrañar que ahora digan que los videojuegos sorben el seso, o que Internet es el comienzo de todos los males. No sólo no es de extrañar, sino que era de esperar. No por ello tienen razón en sus quejas, pero sí que tienen una justificación para quejarse: la tradición histórica.