“El texto no lo reconoce ni su padre”

13 octubre 2010 10:10


Los escritores, por lo común, corregimos las pruebas de nuestras primeras ediciones y a veces, ni eso. Las que siguen las dejamos al cuidado de los editores quienes, quizá por aquello de su conocida afición al noble y entretenido juego del pasabola, delegan en el impresor, el que se apoya en el corrector de pruebas que, como anda de cabeza, llama en su auxilio a ese primo pobre que todos tenemos quien, como es más bien haragán, manda a un vecino. El resultado es que, al final, el texto no lo reconoce ni su padre: en este caso, un servidor de ustedes. Los libros, con frecuencia, mejoran con esta gratuita y tácita colaboración, pero los autores rara vez nos avenimos a reconocerlo y solemos preferir, quizás habituados por la soberbia, aquello que con mejor o peor fortuna habíamos escrito.

(Camilo José Cela, 1989)
Recopilación de José Antonio Sánchez Paso

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2 comentarios

Gorki dijo...

Que no se quejen los escritores, pues peor lo tiene los dramaturgos, donde a los anteriores se une la “interpretación” y con frecuencia “adaptacion y actualización” del director escénico y del actor. ¿A qué autor le ha metido el impresor una “morcilla”?

13 octubre 2010 13:18
Álvaro dijo...

Desde luego, más vale tomárselo con humor. Pero creo también que los editores deberían prestar más atención a ese aspecto —esencial— de su trabajo. Sólo en el último año me he echado a la cara libros con problemas como los siguientes, que cito de memoria: índices onomásticos caóticos e incompletos; erratas de bulto (alguna divertida, como “aparejador” en lugar de “aparador”); problemas sistemáticos de acentuación, quizá debidos al autor, pero no corregidos; la misma frase repetida literalmente TRES veces por error en veinte páginas de un mismo libro (científico); sintaxis endiablada (oraciones sin sujeto, complementos que no se sabe a qué complementan), etc. Todo esto en editoriales de gran difusión, y a veces —esto es doloroso— en textos de clásicos contemporáneos que ya no viven para corregir sus galeradas y que habrían merecido mejor trato.
Y no hablemos de problemas estructurales o estilísticos. Ahora, una cosa es que el editor reescriba el libro mano a mano con el escritor, como en EE.UU. —lo que seguramente nos pondría a todos bastante de los nervios—, y otra cosa ese “laissez faire” chapucero de editores hispánicos que sencillamente han dejado de editar sus textos.

19 octubre 2010 06:56