La autobiografía de Stanislaw Lem

22 enero 2007 14:14


Stanislaw Lem, El castillo alto (Madrid, Funambulista, 2006)
traducción de Andrzej Kovalski
ISBN: 84-96601-18-8

¿Cómo buscar las raíces de la fascinación que nos produce un escritor concreto? Stanislaw Lem (el autor de Solaris, por mencionar su obra mediáticamente más conocida) es uno de los grandes escritores del siglo XX, y puedo decir que envidio a los lectores que aún no lo han tenido en sus manos, por el placer que les espera: irónico, brillante, inmisericorde, profundamente divertido pero terrible. Así es Lem. Pero hurgar en sus recuerdos de infancia y juventud me ha sumido en una clara frustración.

Me explico: no es que El castillo alto sea un mal libro (aunque algo inconexo sí que es), ni aburrido, pero, sencillamente, no me ha aportado ni una de las claves del estilo del escritor que yo buscaba. Lem tiene una personalísima visión del mundo, vehiculada en una prosa funcional y sorprendente, pero, ¡ay!: la historia de este niño de la ciudad polaca de Lvov, que no disponía de cama ni habitación propia y erraba de rincón en rincón de su casa, no nos aclara nada. Nada vemos del autor en el destructor de juguetes, o en el joven lector errático. Aunque, de pasada, tenemos una bonita visión de la lectura “superior” como una carrera de obstáculos:

Creo que fue al final de secundaria o al principio de la Escuela Superior cuando descubrí a Proust […] Como yo leía absolutamente todo cuanto caía en mis manos, y visto que Janek y Jeremi llevaban libros con intrigantes títulos, como A la sombra de las muchachas en flor, tomé prestado el primer volumen, pero me quedé clavado en las primeras páginas. Sorprendido, tomé carrerilla como un vallista para reunir el impulso necesario y me enfrenté al obstáculo en repetidas ocasiones, pero cada vez volvía hacia atrás, como si hubiera topado con un muro.

Aunque, en el fondo, podamos reconocer alguna de las pistas del mundo del autor en el entretenimiento que se nos revela a pocas páginas de finalizar el volumen: la creación solitaria de todo un sistema burocrático, de pases y permisos, librados en documentos cuidadosamente caligrafiados y decorados con sellos, con los que el joven Lem entretenía sus ocios…

Y quizás lo mejor del volumen: la tensión de asistir a la lucha entre los intentos del anciano Lem por recuperar su pasado, y la imposibilidad constante de lograrlo:

Y la memoria sigue negándome el acceso allá donde deseo ir, dejándome acceder únicamente a otros lugares y nunca a los que deseo. Estúpida puerta cerrada con llave. Máquina soberana estúpidamente preocupada con su función y su tarea: recordar, preservar indeleblemente, permanentemente. Aunque eso tampoco es cierto. Morirá conmigo, guardián fanático, misero tirano, burlón, rebelde, duro de mollera, tan invariable y al mismo tiempo tan incierto, despiadado y a la vez sensible, como una masa de carbón con la delicada impronta de una hoja. ¿Cómo puedo entender la memoria? ¿Cómo puedo aceptarla? ¿Redes neuronales, sinapsis, circuitos de McCulloch? No, no hay explicación en este sabio y absuramente científico sentido; es inútil, hay que dejar que la memoria siga siendo lo que es. La memoria y yo somos un par de caballos que se observan con suspicacia, que tiran del mismo carruaje. Así que vamos allá, inseparable y desconocido compañero mío, mi enemigo, mi amigo.

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