El orden de los libros

08 mayo 2007 16:16


Tras la retirada, el transporte y por fin la sedimentación. Entonces uno se enfrenta a un dilema: o ir abriendo poco a poco las cajas de los libros, y disponer cada uno de ellos en su lugar preestablecido (condenado a andar errante entre cajas durante semanas), o colocarlos todos grosso modo para desembarazarse de los obstáculos, confiando al futuro la tarea de reordenarlos…

He optado por la segunda versión, lo que me condena de entrada a una biblioteca desordenada. Incluso el más descuidado de los poseedores de libros sabe bien dónde está ése o aquél, o en qué esquina recuerda haber visto tal otro. Pero quien tiene una biblioteca barajada está frente al caos.

Hay una bonita frase de los últimos momentos de Severo Sarduy, cuya fuente me impide comprobar precisamente esa situación. Hablaba el gran escritor cubano de los preparativos para su desaparición, embarcado en una enfermedad incurable, y comentaba que la esperaba (entre otras cosas) con su biblioteca en orden. Un buen servicio para el que llegara después…

Huellas de la ausencia

05 mayo 2007 17:17


En general, me interesan las huellas de las cosas que ya no están. ¿Qué forma tiene la ausencia? Las habitaciones desaparecidas son una presencia fantasmal en la pared colindante. ¿Y los libros?

Las bibliotecas ausentes se perciben en el rastro rectilíneo de las baldas de las estanterías, ahí donde reinaba el orden que nos reflejaba. Ann Fadiman decía de las librerías de sus padres en Ex Libris: “their selves were on their shelves”, que en inglés contiene un bonito juego de palabras: “sus yos estaban en sus estanterías”.

Y en los propios estantes, años de exposición a la luz han acabado por dibujar en la madera el perfil inédito, la planta arquitectónica de los volúmenes que se elevaban en ella. Pegados a la pared del fondo, los lomos han dibujado delante (en la parte inferior, en esta vista desde arriba) la curiosa geometría de las disparidades de tamaño, formato o encuadernación: entrantes y salientes y como remate los rectángulos de las rústicas, o las curvas de las tapas en tela o en cuero.

Ciberokupa

30 abril 2007 7:07

¡Triste sino el del lector/escribidor bífido, al tiempo electrónico y tradicional! A las angustias del transporte de libros y estanterías (pues no se mantienen los unos sin las otras) se unen las de la persona privada de su conexión y de su IP, condenado a errar parasitando WiFis o a teclear en locutorios polvorientos, desparramando una nube de contraseñas por teclados ajenos.

Gracias por los mensajes de aliento. Por aquí pasa gente que ha movido también libros…

Metadanzas

28 abril 2007 15:15

Tras lo dicho antes. Los libros tetrificados en cajas. Las cajas tetrificadas primero en el elevador de las mudanzas, luego en el seno insondable del camión capitoné. Luego, el camión tetrificado entre el tráfico.

En general, no muy buen día.

Mudanza

23 abril 2007 14:14


El Día del Libro me sorprende, por una especie de maldición, empaquetando libros para cambiarme de casa.

Para ello debo practicar el ejercicio de tetrificación o tetrisización de volúmenes (en alusión al juego del Tetris, que persigue el empaquetado sólido de figuras geométicas). Así descubro lo útiles que son los crisolines para rellenar los huecos dejados por otros libros: véase la ilustración superior (en primer término, un ejemplar de Gracián que compré en el Rastro, que sirvió para que alguien depositara sobre él una maceta, a juzgar por las huellas de su cubierta).

Aparte de las tropecientas cajas de libros, transporto un objeto del tamaño de una caja de puros: es mi disco duro externo, repleto de obras digitales.

Si hay un momento en el que incluso un amante del libro tradicional bendice las obras digitales es una mudanza…

¡Funciona!

08 marzo 2007 9:09

Uso mucho el reciclado. Me encanta que algo que yo no use encuentre utilidad para otra persona, y nunca he vacilado en incorporar a mi vida algo que otro ya no quería usar. Una de las interfaces más útiles para estos intercambios es, sencillamente, la calle. Uno deja en ciertas esquinas determinadas cosas y puede estar seguro de que durarán “menos que un merengue a la puerta de un colegio” (en la expresión consagrada, y probablemente obsoleta).

Con los libros ocurre exactamente lo mismo. O más. En determinados momentos de mi vida me he visto impulsado a reducir el volumen de mi biblioteca. Uno de mis procedimientos ha sido normalmente acudir a un librero de viejo. Me saco unas pelillas (que gastaré inmediatamente en más libros), y las obras volverán a encontrarse con su público, gracias a los sitios especializados: los tenderetes callejeros, el Mercat de Sant Antoni (Barcelona), la Cuesta de Moyano (Madrid), etc. Pero para pequeñas cantidades, o con libros que no quiere ni el librero de viejo, utilizo el mismo procedimiento: una bolsa, y a la esquina de la calle.

No duran nada. Alguien puede preguntarse que quién querrá los gruesos tomos de Teoría y Crítica Literaria de los que me desprendí cuando abjuré de ciertos errores de juventud. Sabe Dios. Un día coincidí en una comida con el responsable de saldos de libros en El Corte Inglés (no caeré en el eufemismo común en la prensa de decir “unos grandes almacenes”: sólo hay unos). Le pregunté algo que siempre había querido saber: ¿siempre encuentran comprador para estos libros en saldo?, ¿incluso para los de egiptología o resistencia de materiales?. “Claro”, me dijo, “siempre y cuando se baje lo suficientemente el precio: se vende todo”. A ese precio bajo, bajísimo, de cero euros, mis libros en la calle es lógico que no duren nada…

Uno de los usos habituales en los que usan la calle como Gran Intercambiador, cuando depositan un electrodoméstico, un ordenador, etc., es dejar un cartel que diga: “Funciona”. Así, el transeúnte sabe que no está ante una chatarra, útil sólo para los recuperadores de metal (que pueden desguazar un televisor antiguo en dos minutos), sino ante un aparato quizás no de última hora, pero sí utilizable. Esta imagen de los aparatos con el cartel encima me asaltó cuando bajaba ayer una bolsa de libros a la esquina.

Y entonces pensé: un libro no necesita encima el cartel de “Funciona”. Cualquiera sabe que puede cogerlo, abrirlo, e inmediatamente la alineación de letras empezará a destilar sus contenidos en la mente del lector. El libro siempre funciona. El buen libro de papel.

Dentro de los libros

25 febrero 2007 9:09

Compré en un librero de viejo, por Navidades, una preciosa novela juvenil de los años 50 del siglo pasado, de la extinta Editorial Labor. La acción transcurría entre los tramperos y mineros de Alaska. Al verlo con más calma en casa, en su interior descubrí, recortadas de periódicos de la época, un par de noticias amarillentas, una referida al comercio de pieles, y otra a las minas de oro de la región. Y entonces recordé algo que no veía desde pequeño: cómo los libros se enriquecían permanentemente con artículos de revistas o periódicos. Recuerdo haber visto a mi padre recortar y pegar en las guardas de una obra sobre la prehistoria alguna noticia aparecida en el Ya sobre hallazgos de los paleontólogos. Junto con los subrayados y las anotaciones marginales, este aporte de nuevos elementos era la forma de conectar el texto del libro con otros textos. Hipertexto, sí, pero avant la lettre y en una sola dirección.


Recordaba estas cosas viendo algunos de los últimos posts del blog de Studiolum, una web dedicada a emblemática y otras cuestiones humanistas, que narran hallazgos de anotaciones y papeles en ejemplares de libros antiguos.

La estantería invisible

11 febrero 2007 12:12


Colocar los libros siempre es delicado, por eso no es extraño que aparezcan, aquí y allí, soluciones imaginativas, alternativas osadas a la humilde balda de madera. (Vía BoingBoing).

Los pre-libros de Bruno Munari

04 febrero 2007 16:16

En Sobre edición, un amplio extracto de la obra de Bruno Munari ¿Cómo nacen los objetos?. Munari no sólo fue un gran diseñador gráfico, sino también un autor de libros para niños con una imaginación desbordante. En la obra mencionada se plantea un ejercicio delicado: un libro sin texto (el libro ilegible) :

Es­te es un pro­ble­ma de ex­pe­ri­men­ta­ción de las po­si­bi­li­da­des de co­mu­ni­ca­ción vi­sual del ma­te­rial edi­to­rial y de sus téc­ni­cas. Por lo ge­ne­ral cuan­do se ha­bla de li­bros se pien­sa en tex­tos de di­fe­ren­tes ti­pos: li­te­ra­rio, fi­lo­só­fi­co, histórico, en­sa­yís­ti­co, etc., im­pre­sos so­bre las pá­gi­nas.

Es­ca­so in­te­rés sue­le me­re­cer el pa­pel y la en­cua­der­na­ción del li­bro, el co­lor de la tin­ta y to­dos aque­llos ele­men­tos con los que se rea­li­za el li­bro como ob­je­to. Es­ca­so in­te­rés se les de­di­ca a los ca­rac­te­res ti­po­grá­fi­cos y me­nos aún al es­pa­cio en blan­co, a los márgenes, a la nu­me­ra­ción de las pá­gi­nas y a to­do el res­to.

El ob­je­ti­vo de es­ta ex­pe­ri­men­ta­ción ha si­do el de com­pro­bar si se pue­de uti­li­zar el ma­te­rial con el que se ha­ce un li­bro (ex­clui­do el tex­to) co­mo len­gua­je vi­sual. El pro­ble­ma, por con­si­guien­te, es: ¿se pue­de co­mu­ni­car vi­sual y tác­til­men­te só­lo con los me­dios edi­to­ria­les de pro­duc­ción de un li­bro? O bien: el li­bro co­mo ob­je­to con in­de­pen­den­cia de la le­tra im­pre­sa, ¿pue­de co­mu­ni­car al­go? Y de ser así, ¿qué?

El resultado es un proyecto que además va a servir para introducir al mundo del objeto-libro a quienes aún no leen; serán los pre-libros:

En los pri­me­ros años de vi­da los ni­ños co­no­cen el am­bien­te que los ro­dea a tra­vés de to­dos los re­cep­to­res sen­so­ria­les y no só­lo a tra­vés de la vis­ta y el oí­do, si­no tam­bién per­ci­bien­do sen­sa­cio­nes tác­ti­les, tér­mi­cas, ma­teriales, so­no­ras, ol­fa­ti­vas… Se po­dría pro­yec­tar un con­jun­to de ob­je­tos que pa­re­cie­sen li­bros pe­ro que fue­ses to­dos dis­tin­tos, pa­ra la in­for­ma­ción vi­sual, tác­til, ma­terial, so­no­ra, tér­mi­ca, pe­ro to­dos del mis­mo for­ma­to co­mo los vo­lú­me­nes de una en­ci­clo­pe­dia, que a la vez con­tie­ne to­do el sa­ber o, por lo me­nos, mu­chas in­for­ma­cio­nes dis­tin­tas.

Varios libros surgidos de este experimento fueron editados en las últimas décadas. Y, créanme: son un auténtica gozada…

Papel manchado

03 febrero 2007 14:14

Hace unos años escuché esta terrible expresión a un editor (en realidad era el responsable económico de una gran editorial). Decía que su negocio era vender “papel manchado”. Pues bien, haciendo bandera de esa cínicas palabras, podríamos decir que hay casos en que la venta de papel manchado es mejor que la del papel en blanco.

En Letras Libres el gran Gabriel Zaid escribe sobre El libro y la cultura económica. Es un resumen de la vida editorial en México y de cómo llegó a ser una potencia en exportación editorial, para luego perder su supremacía. Cuenta hasta qué punto era más importante (y remunerativo) para el país la exportación del “papel impreso” que la del papel virgen manufacturado, porque el primero tenía “valor agregado intelectual”.

Pero las editoriales no se protegieron, y la buena posición de la edición mexicana se terminó. El último párrafo del artículo es tan triste como real:

Los resultados están a la vista. Gran parte de la industria editorial mexicana pasó a ser propiedad española. Ya hay editores en los Estados Unidos que empiezan a publicar en español. Y pronto será más práctico comprar libros en español en Amazon, incluso los que se publican en México, por la falta de librerías, que es absoluta en muchas partes del país. Históricamente, la cultura económica viene de la cultura y de los libros. Pero los economistas mexicanos (proteccionistas o globalizadores) no vienen de Cosío Villegas, Keynes ni Hayek. No entienden la cultura ni los libros.