Hoy (si todo va bien) aparece la revista Orsai.
Su creador, Hernán Casciari es un estupendo novelista y crítico de televisión, escritor de blogs, y autor que ha liberado sus obras publicadas con licencias abiertas. Colaborador habitual en prensa, de golpe se cansó, lo dejó todo, y se ha lanzado a crear una revista, sí, de papel y sí, de venta en librerías, y sí, para leer, para contemplar sus ilustraciones, para disfrutar. ¿Se han dado ustedes cuenta de que ya prácticamente no hay revistas, quiero decir: revistas como las que hace años leíamos? Casciari sí, y por eso dejó otras cosas y se puso a hacer la revista que le habría apetecido leer.
El resto ha sido una vorágine, sobre todo por el hecho de que los lectores han querido, han deseado esta revista nonata, y se han organizado para conseguirla. En todo el mundo de habla española, y en otros lugares. Se han puesto en comunicación con sus libreros, han debatido el precio que debería tener en cada país, se han organizado en grupos de 10 para comprar un lote.
Vale la pena leer este post en el blog de Orsai: “A caballo“; pero entresaco una cita:
Nace el todo para todos, sin nadie que se lleva el 15% sin hacer nada. Muere el intermediario perezoso, el traficante de influencias, el editor que no edita, el productor que no produce, el lector que no lee, el narrador que no narra.
Lo mismo tendrá que ocurrir con los libreros: que la pedagogía y la emergencia de un negocio más justo provenga de la masa ilustrada. Es decir, de quienes configuran y precipitan la utilidad del negocio.
No hay que decirle al librero “ey, don Cosme, ayúdenos”, como algunos todavía creen en los comentarios. Hay que decirle al librero “te venimos a ayudar, porque si no es así, en dos años vos no tenés negocio y nosotros no tenemos ocio”.
Y si no ocurre, si el librero no concibe el PayPal como transacción efectiva, si el librero cree que podrá seguir trabajando a consignación toda la vida con 40% de ganancia sobre precio de tapa, no importa.
Ustedes también solucionaron esa mínima intermediación necesaria, al conformar de un modo orgánico —y espontáneo— grupos de diez lectores en cualquier parte del mundo.
Y esta otra, que creo que es muy valiosa:
Es posible que en los últimos diez años hayamos perdido un poco de esa dicha, todos sentados a solas delante de un monitor. La nueva parafernalia, las primeras lucecitas de internet nos enloquecieron bastante. Dejamos de oler tinta con pasión, dejamos de escribir textos largos, los medios se convirtieron en empresas tristes, accionarias, reaccionarias. Perdimos el estatus de lectores y nos convertimos en la moneda de cambio entre el multimedio y el auspiciante. Entre el hambre y las ganas de comer.
Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios! No en contenidos, no en serenidad.
Lo que vino con el año 2000 fue, sin duda, mejor que un olor nostálgico a imprenta de pueblo. Lo que vino galopando a principios de este siglo, esto que ahora tenemos y que empezamos a domar, es el animal más maravilloso de los tiempos.
Internet es un caballo brioso, y nosotros siempre anduvimos a pata y llegando tarde a todos lados. ¿Cómo no íbamos a subirnos al caballo?
Durante diez años enteros el animal nos llevó por donde quiso, eso también es verdad. Nos alejó de la lectura maravillosa de los domingos con papel y café con leche. Nos alejó de la lectura larga y de la emoción de estar en casa con amigos sin buscar ninguna palabra en Google durante una sobremesa entera. Teniendo cosas en la punta de la lengua, sin ansiedad. Leyendo en voz alta.
Error sospechar que eso es malo. A eso hay que domarlo, nada más. Twitter no mata a la literatura. Twitter nos dice cuál es la literatura y dónde encontrarla.
Bienvenida, Orsai.
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