A través de Con Valor llego a un artículo de Juan Manuel de Prada: Cementerios de libros, que sigue un reportaje de Antonio Astorga en ABC (y que no he podido localizar). Prada se lamenta por la destrucción de libros invendidos por parte de las editoriales. ¿Por qué? Porque
mientras existiera el libro, existía también la posibilidad de rescate: quizá un lector piadoso le sacudiera, allá en un futuro impreciso, el polvo acumulado durante décadas; quizá la curiosidad triunfara finalmente sobre la incuria y las generaciones del porvenir pudiesen disfrutar de lo que las presentes habían desdeñado, por fatuidad o ignorancia. Pero, desaparecido el libro, desaparece también toda posibilidad de salvamento.
En donde más hincapié hace el autor (y donde no ahorra floreos y comparaciones) es en el proceso mismo de destrucción:
El reportaje de Antonio Astorga se ilustraba con fotografías que movían a las lágrimas. En una de ellas, un montón de libros avanzaba sobre una alfombra deslizante, camino de la trituradora que los descuartizaría, como corderos que enfilan la entrada del matadero. En otra, se contemplaba uno de esos paisajes apocalípticos propios de vertederos o chatarrerías, atestado de grandes pacas de papel triturado que se amontonaban unas encima de otras, como obeliscos desvencijados que a duras penas logran mantener el equilibrio.
A mí me pone un poco nervioso la doble retórica que rodea al mundo del libro. Resulta que por una parte, son una mercancía, pero, a diferencia del resto de las mercancías de nuestra civilización (toneladas de alimentos arrojados al mar, ropa exiliada de la temporada anterior, ordenadores desechados porque no podrán alojar el nuevo sistema operativo…), se llora que estén sometidos, como cualquier otra, a la obsolescencia programada y a la destrucción de excedentes. Se les reconoce un papel destacado en la memoria de nuestra cultura, pero los mecanismos (bibliotecas, libreros de viejo) que los preservan al margen del mercado mayoritario (que no preserva nada) están sometidos a un cerco progresivo.
Al menos desde el punto de vista de los autores, la apuesta por la disponibilidad digital de las obras es clave,. Y desde el punto de vista de la cultura, también: ¿Cómo es posible…?
que todavía queden novelas de Baroja por publicar, que no existan obras completas de Azorín, que las obras completas de Valle Inclán sean poco menos que infumables.
O, como me decía el otro día una persona en un acto público, ¿cómo es posible que no se encuentren vivas ediciones de Gerardo Diego?… El libro será una mercancía, pero sus proveedores están sirviendo al mercado mucho peor que los fabricantes de tornillos o de medicinas.
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