Los papeles de la CIA

28 junio 2007 10:10


La desclasificación de documentos de los años 70 de la CIA estadounidense conocidos como “Las Joyas de la Familia” (véase un video de presentación) nos está proporcionando un doble (o triple) placer. Por un lado, la contemplación de los facsímiles de los documentos (íntegros para descarga en el New York Times). La misma materialidad de estos mecanoscritos transmite algo del universo burocrático y frío donde se gestaron (en el curso de verano sobre la Máquina de escribir se tratará también el tema de la alianza entre los aparatos del Estado y estas máquinas).

Pero además estos complejos memorandums, notas, cartas e informes están recibiendo una modélica atención en un blog creado a tal efecto en el New York Times: un panel de historiadores y especialistas está desmenuzando los documentos, y las entradas y frecuentemente los comentarios están arrojando mucha luz sobre los entresijos de las agencias de espionajes.

Y como consecuencia, es todo el sistema de ocultación de los documentos públicos el que está en entredicho: no todos los papeles han sido hechos públicos. Los que lo están tienen con frecuencia ocultaciones (los cuadrados blancos en la imagen). Y sobre todo: ¿qué pasa con informes vitales como el del 11S, cuya desclasificación ha sido pedida por los dos grandes partidos? ¿Habrá que esperar treinta años para conocerlos? Y por cierto: me encantaría encontrar disponibles en la Web documentos de los servicios secretos franquistas…

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Rompecabezas de papel

13 mayo 2007 10:10


Dos tendencias opuestas recorren la Historia: la papirogenia y la papiroclasia. Por la primera, los Estados y los gobernantes se dedican a crear incontables documentos agrupados en archivos y bibliotecas. Por la segunda, de vez en cuando se dedican a destruirlos: quemarlos, despedazarlos, darlos al fuego o al olvido.

Numerosos profesionales se ganan la vida honradamente con trabajos encaminados en una u otra dirección. A ello tenemos que añadir quienes se esfuerzan por pasar hacia atrás la película de la destrucción y recuperar lo perdido.

Entre estos hay que destacar el esfuerzo hercúleo por reconstruir parte de los archivos de la policía secreta de la Alemania comunista, la Stasi, reducidos a cachitos cuando la caída del régimen. La Stasi acumuló gran cantidad de informes sobre los ciudadanos bajo sospecha (como se ve en la muy estimable película La vida de los otros), y el intento de reconstruir los que fueron destruidos (dice Nature, vía El País) se está llevando a cabo con la ayuda de un software especial.

Cada pedacito se escanea por las dos caras y luego un potente cluster de ordenadores analiza forma, color, textura, escritura manuscrita, tipografía, y así hasta 25 factores, y propone su colocación en un punto del rompecabezas.

En realidad, nada nuevo: procedimientos tan sofisticados ya se aplicaron a fragmentos de los famosos manuscritos del Mar Muerto, aunque en ese caso se llegó a estudiar el ADN de las cabras que prestaron su piel a los pergaminos, como conté hace años (apartado Cabras de Qumran).

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Memoria del email

06 mayo 2007 19:19

Parte de nuestro conocimiento del pasado acerca de qué pensaban las personas, qué problemas tenían o cómo repercutían en su vida las crisis históricas proviene de la correspondencia privada. Por ella nos han llegado, por ejemplo, estas tristes palabras de una esposa española a su marido en América, en 1624: “no quiero Indias, ni oro ni plata, no quiero más que a su persona” (de un precioso libro de Fernando Bouza).

¿Qué ocurrirá con los testimonios de esta época, que ha abandonado la misiva por el email? Una iniciativa de la British Library intenta preservar mensajes electrónicos de ciudadanos comunes (o, mejor dicho, unos pocos de muestra). La iniciativa cuenta con la colaboración de Microsoft.

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Huellas de la ausencia

05 mayo 2007 17:17


En general, me interesan las huellas de las cosas que ya no están. ¿Qué forma tiene la ausencia? Las habitaciones desaparecidas son una presencia fantasmal en la pared colindante. ¿Y los libros?

Las bibliotecas ausentes se perciben en el rastro rectilíneo de las baldas de las estanterías, ahí donde reinaba el orden que nos reflejaba. Ann Fadiman decía de las librerías de sus padres en Ex Libris: “their selves were on their shelves”, que en inglés contiene un bonito juego de palabras: “sus yos estaban en sus estanterías”.

Y en los propios estantes, años de exposición a la luz han acabado por dibujar en la madera el perfil inédito, la planta arquitectónica de los volúmenes que se elevaban en ella. Pegados a la pared del fondo, los lomos han dibujado delante (en la parte inferior, en esta vista desde arriba) la curiosa geometría de las disparidades de tamaño, formato o encuadernación: entrantes y salientes y como remate los rectángulos de las rústicas, o las curvas de las tapas en tela o en cuero.

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Memoria

27 febrero 2007 10:10


Albert Girós (artista muy relacionado con la palabra, cuyas obras han aparecido alguna vez por estas páginas) ha creado un sitio donde reúne sus intervenciones de land-art.

Entre ellas me ha sorprendido gratamente esta obra de 1980, creada en Ibiza: Memoria. Se trata de una construcción de piedra seca (tema que nos es grato). Se trata de esa misma palabra erigida en piedra sin argamasa en un entorno natural. A estas alturas (transcurrido un cuarto de siglo) las letras pétreas, sometidas a las inclemencias del tiempo, al crecimiento de plantas y anidamiento de pequeños animales en sus intersticios, probablemente desmoronadas y semiborradas, seguirán sin embargo manifestando tozudamente su voluntad de permanencia.

Cualquiera que sea su soporte (piedra, pergamino, papel o un medio electrónico), toda memoria será destruida. Sólo lo que arraigue dentro de las personas y sea compartido y transmitido tendrá posibilidades de sobrevivir. Para mí, esta es la reflexión principal que me despierta esta emocionante obra de Albert Girós.

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La autobiografía de Stanislaw Lem

22 enero 2007 14:14


Stanislaw Lem, El castillo alto (Madrid, Funambulista, 2006)
traducción de Andrzej Kovalski
ISBN: 84-96601-18-8

¿Cómo buscar las raíces de la fascinación que nos produce un escritor concreto? Stanislaw Lem (el autor de Solaris, por mencionar su obra mediáticamente más conocida) es uno de los grandes escritores del siglo XX, y puedo decir que envidio a los lectores que aún no lo han tenido en sus manos, por el placer que les espera: irónico, brillante, inmisericorde, profundamente divertido pero terrible. Así es Lem. Pero hurgar en sus recuerdos de infancia y juventud me ha sumido en una clara frustración.

Me explico: no es que El castillo alto sea un mal libro (aunque algo inconexo sí que es), ni aburrido, pero, sencillamente, no me ha aportado ni una de las claves del estilo del escritor que yo buscaba. Lem tiene una personalísima visión del mundo, vehiculada en una prosa funcional y sorprendente, pero, ¡ay!: la historia de este niño de la ciudad polaca de Lvov, que no disponía de cama ni habitación propia y erraba de rincón en rincón de su casa, no nos aclara nada. Nada vemos del autor en el destructor de juguetes, o en el joven lector errático. Aunque, de pasada, tenemos una bonita visión de la lectura “superior” como una carrera de obstáculos:

Creo que fue al final de secundaria o al principio de la Escuela Superior cuando descubrí a Proust […] Como yo leía absolutamente todo cuanto caía en mis manos, y visto que Janek y Jeremi llevaban libros con intrigantes títulos, como A la sombra de las muchachas en flor, tomé prestado el primer volumen, pero me quedé clavado en las primeras páginas. Sorprendido, tomé carrerilla como un vallista para reunir el impulso necesario y me enfrenté al obstáculo en repetidas ocasiones, pero cada vez volvía hacia atrás, como si hubiera topado con un muro.

Aunque, en el fondo, podamos reconocer alguna de las pistas del mundo del autor en el entretenimiento que se nos revela a pocas páginas de finalizar el volumen: la creación solitaria de todo un sistema burocrático, de pases y permisos, librados en documentos cuidadosamente caligrafiados y decorados con sellos, con los que el joven Lem entretenía sus ocios…

Y quizás lo mejor del volumen: la tensión de asistir a la lucha entre los intentos del anciano Lem por recuperar su pasado, y la imposibilidad constante de lograrlo:

Y la memoria sigue negándome el acceso allá donde deseo ir, dejándome acceder únicamente a otros lugares y nunca a los que deseo. Estúpida puerta cerrada con llave. Máquina soberana estúpidamente preocupada con su función y su tarea: recordar, preservar indeleblemente, permanentemente. Aunque eso tampoco es cierto. Morirá conmigo, guardián fanático, misero tirano, burlón, rebelde, duro de mollera, tan invariable y al mismo tiempo tan incierto, despiadado y a la vez sensible, como una masa de carbón con la delicada impronta de una hoja. ¿Cómo puedo entender la memoria? ¿Cómo puedo aceptarla? ¿Redes neuronales, sinapsis, circuitos de McCulloch? No, no hay explicación en este sabio y absuramente científico sentido; es inútil, hay que dejar que la memoria siga siendo lo que es. La memoria y yo somos un par de caballos que se observan con suspicacia, que tiran del mismo carruaje. Así que vamos allá, inseparable y desconocido compañero mío, mi enemigo, mi amigo.

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Guíese usted mismo…

03 enero 2007 17:17

La Moleskine de Van Gogh. Fuente


Las guías de ciudades son un género delicado. Exigen una puesta al día constante y una previsión muy fina sobre los intereses de sus usuarios. No es igual una guía de París para compradores compulsivos que para amantes de la arquitectura, o del vino. O de los paseos románticos… Hay guías de datos, factuales, y hay otras que transmiten atmósferas. Unas recogen con cuidado el pasado literario (como veíamos hace poco), mientras que otras están engolfadas en la historia del lugar. ¿Cuál es la suya?

Dicen que Aldous Huxley dijo que para un viajero con buen gusto la única guía útil sería la que él mismo ha escrito. Quizás con esta idea en mente, Moleskine (la marca tradicional de cuadernos de notas que suministró soportes de creación a escritores como Hemingway o artistas como Van Gogh) ha sacado a la calle una serie de guías de ciudades. O, mejor dicho, esqueletos de guías de ciudades: cartografías, páginas en blanco, otras tranparentes para superponer sobre los planos, páginas con solapas con signos predeterminados o personalizables… En resumen, toda la estructura de una guía, dejada en blanco para que la complete el viajero.

La idea es muy bella (aunque su realización puede resultar más laboriosa de lo que el comprador preveía): uno pasea por Lisboa, o por Barcelona, y va anotando hitos, señalando en el plano, clasificando datos. Las categorías pueden no ser las estándares (Alojamiento, Comidas, …), porque el autor es muy libre de crear otras (Lugares melancólicos, Graffiti, …). Los más artísticos podrán completar las descripciones con dibujos o bosquejos de lo reseñado, mientras que los viajeros digitales se conformarán con anotar los números de archivo de las fotos obtenidas in situ.

Es bonito imaginar el retorno a una ciudad con la guía que uno mismo comenzó en un viaje anterior, para añadir nuevos datos. O la utilización de un solo ejemplar por los miembros de una familia, que de esa forma irían completando colectivamente la visión del lugar. También puede imaginarse que la guía que un viajero experimentado ha completado a lo largo del tiempo será solicitada en préstamo por los amigos que viajan al mismo destino (“Toma, pero cuídamela, ¿eh?”). Al final, una de estas guías mimadas, cuidadas, llenas de informaciones de interés, puede que consiga despertar el interés de un editor, y entonces se imprimirá y se cerrará el círculo.

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Los libros de Barcelona

02 diciembre 2006 13:13


El Año del Libro de Barcelona (que fue el 2005) ha traído algunos frutos tardíos bajo la forma de dos publicaciones, que recogeré en distintas entradas.

La primera, aparecida en una serie de monografías de “Barcelona metròpolis mediterrània”, editada por el Ayuntamiento, se titula Barcelona y los libros. Los libros de Barcelona, y recoge materiales del simposio celebrado en noviembre del año pasado. El libro, bellamente editado e ilustrado, recoge una serie de capítulos sobre la historia de la edición barcelonesa, “una historia densa que se ha ido elaborando a impulsos”, según el texto de Sergio Vila-Sanjuán que sirve de pórtico. Entre las aportaciones destacaré las siguientes: José Enrique Ruiz Domènec trata la Edad Media, Montserrat Lamarca, la imprenta en tiempos de Cervantes, el destacado especialista Jean-François Botrel aborda el mercado del libro en el siglo XIX, Pura Fernández los editores del XIX que empezaron a editar libros sobre sexualidad, Philippe Castellano (a quien debemos estudios clave sobre Espasa) estudia la supremacía editorial de Barcelona a comienzos del siglo XX y Jacqueline A. Hurtley la historia de José Janés (en la ilustración, tomada de la obra, la cubierta de un libro de una de sus colecciones de humor).

Estamos, pues, ante una pequeña “historia de la edición barcelonesa”, que abarca también episodios particulares pero muy ilustrativos, como la edición de pliegos poéticos del XVII, las relaciones entre Emilia Pardo Bazán y sus editores barceloneses, o los editores que lanzaron colecciones de consumo popular en la primera mitad del siglo XX.

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Preservar el patrimonio digital: PADICAT

13 noviembre 2006 16:16

En diciembre del 2005, y con motivo de un seminario sobre Archivo de la Internet Española, escribía:

¿Para qué preservar lo digital? La pregunta podría inscribirse en la más amplia «¿para qué preservar?», que está en la raíz de muchas instituciones (archivos, bibliotecas, museos…). En forma digital hoy discurre la creación y la difusión de una parte importante de la creación cultural en español (y en otras lenguas cooficiales de España), y en esa forma están también materiales de importancia para la investigación lingüística, histórica o cultural… […]

Respecto al conjunto de la Web, ¿basta con la labor de los buscadores (como Google) o de iniciativas como el Internet Archive para preservar las webs en nuestra(s) lengua(s)? ¿Preservan estas iniciativas todo lo deseable, y de un modo adecuado, o tienen lagunas importantes? Si la respuesta a ambas preguntas es «no», ¿cabría crear un Archivo de la Internet propio? ¿Y cómo debería ser?

Una iniciativa que en ese seminario se presentó como futura, parece felizmente haber arrancado. Se trata de PADICAT, Patrimoni Digital de Catalunya, impulsado por la Biblioteca de Catalunya, y que se propone:

Compilar masivamente los recursos digitales publicados en abierto en internet.

Impulsar el depósito sistemático de la producción web de las entidades catalanas.

Promover líneas de investigación por medio de la integración temática de los recursos digitales de determinados acontecimientos de la vida pública catalana.

A falta de propuestas a nivel estatal, es perfecto que surjan estas iniciativas que vayan preservando partes vitales de nuestra Web. Leo la estrategia en que se basa PADICAT:

Webs bajo dominio .cat.

Webs ubicadas en servidores de Cataluña.

Webs bajo dominios geográficos (.es, .com, .net, .org, etc.) en lengua catalana.

Webs que no cumplen con los requisitos anteriores, pero relacionadas temáticamente con Cataluña.

Mmmm… Mi web está hecha desde hace diez años en Sarrià, Barcelona, y por cierto: no tengo ni idea de dónde está ubicado el servidor. Que un proyecto relacionado con Internet tenga semejante requisito geográfico para el servidor no deja de resultarme extraño, pero sigamos… No estoy en un dominio .cat. Mi web tiene textos en catalán, pero mayoritariamente está en castellano. Tengo zonas dedicadas a la arquitectura popular ampurdanesa, a los desastres urbanísticos barceloneses; otras que prestan gran atención a los timbres de ciudades catalanas y a su tipografía popular; páginas sobre escritores catalanes y sobre libros editados por editoriales catalanas…

Bueno: he pedido que me preserven. Ya les contaré…

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Némirovsky y la memoria de la edición

15 octubre 2006 10:10

Aparte de ser una buena novela, Suite francesa, de Irène Némirovsky (que lleva meses triunfando en ventas en muchos lugares), tiene una interesante historia de escritura y de edición. De familia judía e inmigrante desde Rusia a Francia, Irène Némirovsky, nacida en 1903, publicó su primera novela en 1929: David Golder (Grijalbo, 1987). Esta obra de juventud tuvo también una curiosa historia: fue propuesta a Grasset para su publicación anónimamente, con un apartado de correos por todo remite, y cuando el editor, gratamente sorprendido, se quiso poner en contacto con el autor, en vista de que no respondía a las cartas le convocó mediante un anuncio en la prensa. Irène estaba dando a luz a una hija.

Suite francesa (Salamandra, Barcelona, 2006, traducción de José Antonio Soriano) refleja los acontecimientos de la ocupación alemana de Francia durante 1940-41, y se escribió durante esos mismos años, con la penuria propia de la época: en un cuaderno de mal papel, con letra diminuta y una escritura que aprovechaba de margen a margen.

Fuente: edición española de Suite francesa


La gendarmería francesa se llevó a Irène Némirovsky para entregarla a las autoridades nazis, como judía (a pesar de que ella se había convertido al catolicismo, en un vano intento por escapar a su suerte). Murió en Auschwitz en 1942, y su marido fue deportado y también asesinado poco después. Las hijas huyeron durante meses, preseguidas por los gendarmes, llevando consigo una maleta con objetos personales, que sorprendentemente nunca se perdió, y que contenía entre otras cosas el precioso cuaderno. Tras la liberación, las hijas lo conservaron sin leerlo jamás, creyendo que contenía un diario o notas de su madre. Sólo cuando se planeó su donación al Institut Mémoires de l’Edition Contémporaine, una de las hijas comenzo el penoso descifrado, ayudada de una lupa: era una novela que reflejaba precisamente los acontecimientos de los años en que se había escrito; era Suite francesa.

¿Qué es el Institut Mémoires de l’Edition Contémporaine? Una institución que preserva los documentos de autores y editores, en la creencia de que constituyen una fuente única para la historia cultural, literaria y económica de un país. Por ejemplo: mucho de lo que sabemos de los últimos años de Irène Némirovsky se debe a su correspondencia con el editor Albin Michel, con quien públicó la mayoría de sus obras.

No: las editoriales españolas o (hasta donde yo sé) de países hispanohablantes no cuentan con una institución de preservación parecida. Las cartas de los autores, de los editores, los documentos que dan claves preciosas sobre la gestación y la recepción de las obras que han configurado nuestra cultura, no tienen quien las guarde. Cuando las editoriales históricas mueren, sufren remodelaciones, cambian de propiedad o se fusionan en grandes grupos (y todo eso pasa todo el tiempo) sus archivos son generalmente destruidos. Total: cartas viejas de escritores muertos, noticias polvorientas de editores hace tiempo desaparecidos…

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