Traducir antes de Internet
19 octubre 2010 9:09
Durante bastantes años (pero hace ya muchos) viví de las traducciones. Hablo del año Nosecuantos A.G. (antes de Google). Normalmente, sobre todo en ficción pero también en otros géneros, uno avanzaba por la obra desbrozando el terreno y dejando tras de sí, como rocas o tocones de árbol imposibles de retirar, dudas o aspectos enigmáticos del texto.
Acabado el primer borrador, uno se sentaba ante la lista de dudas acumuladas y primero saqueaba la biblioteca de consulta doméstica. Yo, como todos los traductores, había acumulado un conjunto nada desdeñable de diccionarios y enciclopedias. Resueltas algunas cosas, y si parecía que no había otro remedio, uno iría a la Bibioteca Nacional (entonces vivía en Madrid) a ver más obras de referencia y a pedir a lo mejor algún manual de una materia exótica, para averiguar qué demonios querría decir tal palabra. Tras una mañana o un día invertido en este menester todavía podían quedar cosas muy raras. Entonces uno empuñaba el teléfono y daba la lata a varios amigos, que por lo general tampoco podían aclararte nada.
¿Qué quedaba sin resolver? Podían ser muchas cosas: alusiones, frases hechas inencontrables que a lo mejor recogían la letra de una canción, nombres que podían ser marcas comerciales convertidas en genéricos o que podían reflejar un argot local… Era una pesadilla. Cuando se acababa el plazo de entrega o cuando las llamadas del editor se hacían insoportables uno resolvía todo “como Dios le daba a entender”, y entregaba.
Años, a veces décadas después, uno se tropezaba con la frase hecha en un contexto más transparente, averiguaba que en efecto tal nombre era una marca, pero no de lo que había pensado, etc., etc. Y tanto tiempo después aún le recorría a uno un sudor frío…
Me he acordado de todo esto al leer una pieza sobre la retraducción de obras ya traducidas, por J. Massot (a laque llegué vía un post del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires). Allí, un profesor y traductor, Gabriel López Guix, afirma:
tenemos la maravilla de Internet, que nos permite consultar una cantidad ingente de documentación que antes no soñábamos tener ni en la mejor de las bibliotecas. Yo diría que tendrían que retraducirse todas las obras traducidas antes de Internet.
Bueno: todas no, pero casi…
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