El reciente mensaje del Mariano Rajoy, secretario general del partido de la oposición en España, el PP, ofrece una puesta en escena que merece (al menos desde la perspectiva de este blog) un pequeño análisis. Se ha destacado que todo el encuadre refleja la parafernalia con la que se adornan los mensajes de la jefatura del Estado o del Gobierno, pero más a nuestro favor: el uso que vamos a examinar no es sólo el de un político que aspira a ganar las próximas elecciones, sino todo un rito propiciatorio que copia los usos de quienes están ya en el poder.
¿Y cuáles son estos? De entrada, el gesto grave y la corbata al cuello de aquellos en quienes se puede confiar: la efigie personal ocupa un tercio de la imagen. La bandera nacional llena otro tercio. Hay 1/6 residual, pero dominado por fotografías enmarcadas, que podemos adivinar con la imagen del protagonista acompañado por dirigentes hispanos o internacionales. Y por fin llegamos donde queríamos: 1/6 de la imagen la ocupa una estantería con libros.
¡Qué curioso! Podía ser un receptor de televisión, ese medio que preocupa tanto a los políticos que no han encontrado ellos, los de ninguna opción, un momento para crear el estatuto de una auténtica televisión pública, que no esté al servicio del partido en el poder. Podían ser un montón de periódicos, porque sabemos que la primera preocupación de sus gabinetes, aun de madrugada, es ver qué dicen de ellos y de sus contrarios. Pero no: libros.
¿Y qué libros son estos? Las encuadernaciones de presunto cuero, la uniformidad de los tejuelos, los estampados en oro nos hablan o bien de una colección de textos (¡legales, claro!) encuadernados de encargo, o bien, o bien… (vacilo al decirlo) son… ¡una enciclopedia! Tengo varias en casa con ese aspecto.
No son, reconozcámoslo, libros destinados a ser leídos. Son libros que emiten un mensaje: yo respaldo a mi dueño. Si en un momento dado, en medio del discurso, él quisiera comprobar la fecha de un decreto-ley, los hitos de un reinado, se giraría en el asiento, cogería el tomo en cuestión, y todo el saber atesorado por las décadas pasadas, encuadernado en vaca muerta, estaría a su disposición. Claro, tal vez podría ocupar ese lugar de apoyo la pantalla de un ordenador (promesa, no ya de unos pocos cientos de páginas, sino de millones), pero, ¿tiene glamour?, ¿reluce con el cuero y el oro? No.
Sabemos que la política actual es una ciencia del espectáculo. Estamos dispuestos a traficar con símbolos, porque somos animales simbólicos, pero los que usan dicen mucho sobre lo que ellos, los emisores, piensan sobre nosotros, los receptores. Y estos señores piensan: “¡Toma ya librote!, ¡te vas a enterar…!”
Etiquetas: El buen libro de papel