Regalar saber

31 enero 2008 17:17


Dentro de un libro editado en los años 50 (del pasado siglo), y tal vez coetáneo de él, encuentro este punto de lectura de la librería H.F. Martínez de Murguía, de Valverde 29, Madrid. La librería, por cierto, creo que aún existe.

Me ha gustado mucho el lema que exhibe, que utiliza la figura retórica conocida como quiasmo (aunque tal vez se trate de una antimetábola, gracias a José y a Fede por las precisiones). Aparte del toque nostálgico del “Saber regalar es regalar saber”, resulta que uno de los circuitos en los que más aparecen los libros es precisamente el del don: el obsequio de un libro es uno de los medios más frecuentes por el que estos objetos de cultura llegan a manos de un gran sector de la población.

Un libro no sólo es un libro, sino que es el centro de un notable conjunto de prácticas sociales que se tejen en torno a él, y ésta del regalo es una de esas prácticas, antigua y arraigada. Cuando pensamos, a tumba abierta, sobre el futuro de este artefacto en la era digital, no deberíamos olvidar uno de sus usos más nobles: servir de emisario ante otra persona de nuestros pensamientos y deseos.

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Penguin sobre el libro y el futuro

07 enero 2008 15:15

He aquí dos videos producidos por Penguin, en los que la editorial británica plantea dos escenarios posibles para el futuro del libro; de lo apocalíptico a lo esperanzador (en inglés, no he encontrado versión doblada; vía Timbooktu).

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=JW8wa8rjsDM][youtube=http://www.youtube.com/watch?v=_hVMywT0u68]

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El destilado del libro

05 enero 2008 12:12

“Índice de las cosas más notables” de una edición del Criticón.

El usuario habitual de textos electrónicos (ya sea en e-books o en la misma Web) ?lo que hace tiempo llamé lector Control + F?, tiene siempre la misma fantasía cuando maneja un libro tradicional: pulsar un botón que le permita buscar dónde había aparecido determinada palabra, o dónde se cita a cierto autor. Lamentablemente, los libros de papel no tienen esa posibilidad, salvo cuando han sido digitalizados: en proyectos como el Inside this book de Amazon o Google Libros se puede buscar en su interior.

Bueno: exagero. Los libros tradicionales sí solían tener posibilidades de búsqueda en su interior. Eran los “índices de materias” o “de conceptos”, o índices de autores” que solían figurar al final (a diferencia del “índice de contenidos”, con los nombres y páginas de los capítulos, que iba al principio). Hablo en pasado porque es un recurso que cada vez está más ausente de los libros, por una parte porque su confección añade gastos a la edición, y en general, por el lamentable clima de descuido que se ha impuesto en estos temas.

El índice es el destilado de una obra (como dijo el crítico Thomas Mallon), pero tal vez podría ser una obra en sí mismo, que es lo pretende Molly McQuade, quien publicó “A Fan’s Index to Portnoy’s Complaint“: ¿vale más la descripción de un territorio o su mapa?

En Estados Unidos hay una gran tradición en el trabajo de confeccionar índices: hace muchos años que existe la American Society of Indexers (y véanse las P+F de su portada), y a veces he citado su boletín, llamado, apropiadamente, Keywords. Pues bien: a través de un post de Paper Cuts, el blog libresco del New York Times, titulado “Los reyes del índice” llego a una pieza de Enid Stubin: ?My Life in the Indexing Trade?.

La autora trabajó para Sydney Wolfe Cohen Associates, una empresa de confección de índices de Nueva York, y su artículo recoge el clima de la empresa y la forma de trabajar. Como muestra, este botón:

Los autores tenían cosas que decir, ciertamente, pero nosotros determinábamos cuán fácilmente un autor podía navegarlas en una biografía de 600 páginas: la madre de Kissinger daba de comer al perro de él hamburguesas y judías verdes (mascotas, dieta de, 113).

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Los libros, a la basura

11 diciembre 2007 22:22


La oprobiosa imagen superior pertenece a un contenedor situado en la bella (aunque en progresiva degradación) villa de Cadaqués. El reciclado de desechos es una muestra de respeto al medio ambiente, aunque algún día debería plantearse la ecuación costos/beneficios que implica la forma en que se hace: habrá sorpresas…

Pero a lo que íbamos: el papel es uno de los productos más reciclables, y estos contenedores dispersos por toda la geografía animan al ciudadano a depositar en ellos su “papel y cartón”. Pero, concretamente, ¿qué tipo de materiales están incitando a arrojar al contenedor? La imagen lo dice bien a las claras: frente a una caja de cartón y lo que con buena voluntad podríamos calificar de “revista”, hay seis hermosos libros, seis, encuadernados, a lo que parece, en tapa dura.

Me parece una barbaridad esta exhortación, por dos motivos. En primer lugar por las omisiones: no hay ninguna imagen de los packagings abusivos de yogures o latas de cerveza, ni de los periódicos dominicales sobreinflados para meter publicidad, ni de los folletos con los que espamean nuestros buzones físicos, ni de las pilas de propaganda electoral (ilegible e ileída)
con las que nos empapelarán en seguida. No: hay que reciclar libros.

Pues no: aun si uno no está de acuerdo con el adagio clásico retomado por Cervantes (“No hay libro tan malo que no tenga algo bueno”), hay una forma preciosa de mantener el libro vivo: hacer que pase al mercado de segunda mano (¡rápido, antes de que lo destruyan o lo llenen de cánones), o lanzarlo al bookcrossing para que alguien lo encuentre. O, si me apuran, dejarlos cuidadosamente apilados en una esquina cerca del contenedor: ya verán lo que duran…

Pero a la basura, ¡nunca!

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Jovellanos en realidad virtual

12 noviembre 2007 9:09


La reproducción digital de los libros está intentando rescatar algunas de las características sensoriales de los originales. Concretamente, el manuscrito de la traducción de Ifigenia (de “Juan Racine”) hecha por Jovellanos (Instituto Feijoo del Siglo XVIII) ofrece una interfaz en Flash que permite pasar las páginas, y nos devuelve incluso el crujido del hojeo. La función de zoom lleva a un aceptable grado de ampliación. Ninguna de estas características son inéditas en ediciones digitales, pero están realizadas con especial cuidado.

La digitalización comprende incluso las tapas de cuero (en las que alguna mano bárbara de siglos pasados posó un vaso rezumante, cuyo cerco aún pervive) y las guardas de la encuadernación (abajo). Como saben bien los lectores de estas entregas, hay que defender el aceso al original, cuyas características (incluso olfativas) pueden ser de gran ayuda para el investigador. Pero en su ausencia, cuidadas ediciones digitales como ésta ofrecen un valioso sucedáneo.

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Subrayados

11 noviembre 2007 11:11


“Puede que leamos los mismos libros,
pero subrayamos pasajes completamente diferentes…”


Una de las muestras de humor de New Yorker: intelectual, fino y satírico. Y, como es frecuente en la revista, dando en el clavo: no es lo que leemos, sino cómo lo leemos, qué destacamos de lo que leemos. El subrayado y anotado de los libros que uno lee es una práctica extendida: alguna vez he citado sobre ella H.J. Jackson, Marginalia. Readers Writing In Books, New Haven, Yale University Press, 2001, útil pero insatisfactorio.

Y luego: la comunidad de lecturas como muestra de la comunidad de intereses, o (en el contexto del chiste, en el prototípico mundo intelectual neoyorquino), de afinidades, incluso amatorias…

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¿Cuántos libros necesita un estadista?

23 octubre 2007 21:21


No es por dar “una de cal y otra de arena”, pero el video de propaganda difundido por el PSOE, Con Z de Zapatero, despierta un ramillete de reflexiones paralelas a las que suscitaba su contrincante Rajoy.

Zapatero no necesita la bandera, claramente, ni tampoco la corbata. Idéntica suerte corren las fotografías, de ignoto pero previsible contenido. Sin embargo, hay dos cosas de las que al parecer no se puede prescindir en el mensaje de un líder: la cabeza (o, por mejor decir, el busto) y los libros.


Al igual que su oponente, Zapatero ha rechazado la pantalla del ordenador (demasiado oficinesco), la pila de periódicos (poco fotogénica), e incluso del clipping de estos que le espera cada mañana en su despacho: no; están él, el vacío y los libros.

Detengámonos por un momento en estos. Una docena corta de volúmenes se agolpan en el ángulo superior izquierdo que parece preceptivo. Seis, en hard cover, están de canto. Cinco o seis más, claramente en rústica, descansan tumbados. ¿Qué dicen estos volúmenes sobre su poseedor y presunto lector? Los libros grandotes parecen coffee table books o ediciones institucionales, del estilo de El retablo de Nuestra Señora la Mayor en Villanueva, o Pedro Tejerinas, escultor animalista. Los rústicos son novelas, o ensayo ligero: no hay más que verlos…

Está muy bien, muy bien un presidente que lea (o que se fotografíe con libros), pero cualquiera que lea de verdad, o que requiera libros para su trabajo, sabe la cantidad de volúmenes que hay que movilizar. ¿Una docenita? ¡Bah!

Nada impide pensar que el encuadre engaña. Que si la cámara girase sobre su eje y enfocara a derecha e izquierda revelaría estanterías repletas de libros agitados y desordenados por el continuo uso. Pero, ¿por qué no parece verosímil? Esa docena arrinconada tiene el aire inconfundible de los libros reunidos por el decorador de interiores en la esquina de la estantería semivacía que comparten con un jarrón y un bibelot en la foto de la revista de muebles o suplemento dominical. Sus colores (el único contrapunto cálido y oscuro a los claros dominantes) crean una oposición muy del gusto de esos profesionales.

Porque, claro está, el entorno de la filmación no evoca el despacho de Zapatero, sino algún área de relax de las dependencias oficiales o privadas. Lo demuestra además la ausencia de corbata, el aire soñador… En ese contexto, uno no maneja arduos textos de Historia, de Economía o Política, sino que se limita a pasar las páginas con detalles del retablo, o a leer una novelita. La pregunta clave es: ¿por qué se dirige a nosotros desde ahí?

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Librerías privadas (estanterías)

17 octubre 2007 18:18

Un lugar para voyeures/exhibicionistas de la estantería.

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El libro como prestigio

14 octubre 2007 11:11


El reciente mensaje del Mariano Rajoy, secretario general del partido de la oposición en España, el PP, ofrece una puesta en escena que merece (al menos desde la perspectiva de este blog) un pequeño análisis. Se ha destacado que todo el encuadre refleja la parafernalia con la que se adornan los mensajes de la jefatura del Estado o del Gobierno, pero más a nuestro favor: el uso que vamos a examinar no es sólo el de un político que aspira a ganar las próximas elecciones, sino todo un rito propiciatorio que copia los usos de quienes están ya en el poder.

¿Y cuáles son estos? De entrada, el gesto grave y la corbata al cuello de aquellos en quienes se puede confiar: la efigie personal ocupa un tercio de la imagen. La bandera nacional llena otro tercio. Hay 1/6 residual, pero dominado por fotografías enmarcadas, que podemos adivinar con la imagen del protagonista acompañado por dirigentes hispanos o internacionales. Y por fin llegamos donde queríamos: 1/6 de la imagen la ocupa una estantería con libros.

¡Qué curioso! Podía ser un receptor de televisión, ese medio que preocupa tanto a los políticos que no han encontrado ellos, los de ninguna opción, un momento para crear el estatuto de una auténtica televisión pública, que no esté al servicio del partido en el poder. Podían ser un montón de periódicos, porque sabemos que la primera preocupación de sus gabinetes, aun de madrugada, es ver qué dicen de ellos y de sus contrarios. Pero no: libros.

¿Y qué libros son estos? Las encuadernaciones de presunto cuero, la uniformidad de los tejuelos, los estampados en oro nos hablan o bien de una colección de textos (¡legales, claro!) encuadernados de encargo, o bien, o bien… (vacilo al decirlo) son… ¡una enciclopedia! Tengo varias en casa con ese aspecto.

No son, reconozcámoslo, libros destinados a ser leídos. Son libros que emiten un mensaje: yo respaldo a mi dueño. Si en un momento dado, en medio del discurso, él quisiera comprobar la fecha de un decreto-ley, los hitos de un reinado, se giraría en el asiento, cogería el tomo en cuestión, y todo el saber atesorado por las décadas pasadas, encuadernado en vaca muerta, estaría a su disposición. Claro, tal vez podría ocupar ese lugar de apoyo la pantalla de un ordenador (promesa, no ya de unos pocos cientos de páginas, sino de millones), pero, ¿tiene glamour?, ¿reluce con el cuero y el oro? No.

Sabemos que la política actual es una ciencia del espectáculo. Estamos dispuestos a traficar con símbolos, porque somos animales simbólicos, pero los que usan dicen mucho sobre lo que ellos, los emisores, piensan sobre nosotros, los receptores. Y estos señores piensan: “¡Toma ya librote!, ¡te vas a enterar…!”

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Encuadernaciones en la Web

02 octubre 2007 9:09


Hay momentos en que se acumulan las referencias a una actividad. Hispanoamérica. Artes del Libro, autotitulado (y es verdad) “Blog colectivo dedicado a las Artes del Libro en España y Latinoamérica”, ofrece una preciosa muestra: “Encuadernación… 25 horas al día. Exposición virtual del Foro Yahoo Encuadernación”.


La muestra (fotográfica) comprende una selección de obras con muy distintas encuadernaciones, de las que se aportan datos técnicos e imágenes de detalle. Las fotografías corresponden a la encuadernación de tres obras del gran Bernhardt, en un solo volumen, llevada a cabo por Julio Lira Vidal.

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