
Acaba de abrirse al público el Quijote interactivo, de la Biblioteca Nacional de Madrid. Bienvenida sea cualquier iniciativa para divulgar nuestras obras culturales, pero se debía haber hecho mejor…
La aplicación presenta la primera edición digitalizada en imágenes, con la transcripción del texto. Éste no se puede descargar de la web, sino todo lo más hay que seleccionarlo y copiar y pegarlo, página a página. ¿quieres todo el Quijote?: repite la operación 668 veces
Esto es llamativo en unos momentos en que se puede descargar íntegramente un Quijote en Google Libros (en PDF o en versión para e-book), o puede bajarse capítulo a capítulo la edición del Instituto Cervantes (con notas) o la de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (sin ellas). ¿Qué objeto tiene vetar de este modo el acceso y la apropiación del texto en nuestra primera institución cultural? Porque además el texto de la obra, embebido en Flash, no es accesible a los buscadores externos. Quien busque “En un lugar de la Mancha” en Google o en cualquier otro buscador jamás podrá llegar a esta edición.
La obra no tiene índice de capítulos, con lo que mal lo tendrá quien quiera localizar un determinado episodio. Hay, sí, la tabla de capítulos del original, pero no está enlazada a las páginas.
No es la única carencia hipertextual: bajo “Mapa de aventuras” se ofrece la versión web del mapa de Tomás López que apareció por primera vez en la edición de Joaquín Ibarra, 1780. Este grabado sitúa sobre el mapa de España los episodios de la obra, pero estos se citan a la libresca “II, cap. 64” (y hemos visto que no hay forma de ir a un determinado capítulo), en vez de haberse sencillamente enlazado. Por cierto: este mapa, aunque bonito, es plenamente conjetural en muchos de los lugares en los que sitúa los episodios (por la sencilla razón de que Cervantes no lo dice, y porque no estaba haciendo una guía de viajes, sino una ficción), y eso se tendría que haber advertido.
Se puede remitir a una página por su URL, pero quien quiera acceder a ella deberá esperar a la descarga e inicialización del Flash, con lo que supone de engorro y esperas.
Los materiales complementarios se presentan sorprendentemente como imagen, con lo cual no se pueden copiar sus textos (un estudiante para hacer un trabajo, por ejemplo), ni los buscadores pueden encontrarlos, ¡ni siquiera el propio buscador de la aplicación! Quien quiera saber qué ediciones hubo en Londres o London (que de las dos formas lo llaman) en las “Ediciones en el tiempo” se tiene que poner a pasar las estampitas hasta encontrarla. Por suerte, luego se puede acceder a la reproducción íntegra de cada edición en la Biblioteca Digital Hispánica.
Lo mismo puede decirse de otros materiales complementarios, como la sección sobre libros de caballerías, condenados a ser meras fotos de textos…
Interactividad no quiere decir que aparezcan músicas, ni que crujan las hojas cuando se pasan: la verdadera función de una obra digital es poderse buscar, copiar y reutilizar: que dé acceso no sólo a palabras, sino a escenas y personajes. Que permita el marcado y la anotación para el trabajo personal o de clase. Que presente diccionarios contextuales y aclaración de alusiones.
A esta edición de escaparate no le faltan los tics de la cibermodernidad; compartir pedazos en FaceBook o presentarse con un video en YouTube, o las galerías de imágenes a lo Flickr, donde tampoco se puede buscar nada; pero no es una edición ni para leerla (si la lectura se interrumpe, habrá que apuntar en un papel aparte en qué página se estaba, para volver luego a ella: no hay marcadores). Tampoco es una edición para trabajar con ella, porque no se puede anotar, y las comparaciones con otras ediciones se tendrán que hacer de forma manual.
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