Durante mucho tiempo, los historiadores de la literatura han debatido para saber si la “novela” más leída desde la aparición del libro impreso fue Don Quijote, Ivanhoe o La guerra y la paz. Hoy en día, ese debate ya no es de actualidad: se sabe, los números lo prueban, que la novela más leída no pertenece a Cervantes, ni a Scott, ni mucho menos a Tolstoi, sino a Agatha Christie. Y no se trata de Diez negritos, sino de El asesinato de Roger Ackroyd.
Estas palabras provienen del capítulo final de Una historia simbólica de la Edad Media occidental, de Michel Pastoureau (Katz Editores): “La Edad Media de Ivanhoe. Un best-seller en la época romántica”. Aunque hay que señalar dos cosas: la primera es el peligroso reduccionismo comprado=leído, y la segunda es que esto está escrito antes de la aparición de El Código Da Vinci (que quizás ha batido todos los récords).
Sea como fuere, Ivanhoe fue “tal vez la novela más leída en el mundo occidental hasta comienzos del siglo XX”, y contribuyó a crear una imagen de la Edad Media que es en gran medida la que perdura hasta nuestros días. Porque, como señala Pastoreau (él mismo historiador), ¿dónde está la verdadera Edad Media?: ¿en los documentos de los archivos, en los libros de historiadores profesionales? “Más bien en las obras de algunos artistas, poetas y novelistas”.
El éxito de Ivanhoe fue fulgurante: aparecido en 1819 en Inglaterra y en seguida en Estados Unidos, a la muerte de Walter Scott (1832) se habían vendido, entre ediciones y traducciones, 6 millones de ejemplares. Su autor recibió por la obra los doctorados honoris causa de Oxford y Cambridge y el título de baronet. Si no murió rico es prque era tan mal financiero como buen escritor…
El interés de Scott por la Edad Media fue previo a la redacción de su novela: tradujo textos del periodo en inglés y francés antiguo, y los editores de la Encyclopaedia Britannica le encomendaron en 1813 la redacción del artículo “Chivalry” (cuyos materiales le sirvieron para documentar su novela).
Una muestra de la enorme difusión de la obra fue que los nombres de sus personajes se pusieron de moda como nombres de persona no sólo en Inglaterra y Estados Unidos, sino también en Francia, Alemania o Italia. Por cierto: ésta influencia de la antroponimia fantástica sobre la real la estudia también Pastoureau (“Jugar al rey Arturo”) para un caso bien distinto: las novelas del ciclo artúrico, que desde finales del siglo XII prestan sus nombres a personas no sólo nobles, sino también del pueblo llano, dando así un valioso testimonio de su difusión.